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Discreta levedad

Discreta levedad

Adam Zagajewski (Lvov o Leópolis, 1945, que actualmente pertenece a Ucrania), poeta y ensayista polaco. Formó parte de la generación del 68 en su país, y del movimiento poético Nueva Ola, en Cracovia, ciudad en la que estudió filosofía y psicología. En 1982 se exilió a Paris y más tarde a Estados Unidos, donde ha sido profesor de técnicas poéticas en varias universidades. Ha ganado relevantes premios; quizá el más importante de todos lo obtuvo en España con la concesión de Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el 2017. Actualmente reside en Cracovia.

Su obra literaria ha sido ampliamente traducida y publicada en esta misma editorial Acantilado; desde libros de poemas (Deseo, Mano Invisible, Asimetría€) a ensayos (Dos ciudades, En defensa del fervor, Releer a Rilke€), que han tenido, entre otros traductores, a los profesores Anna Rubió y Jerzy Slawomirski -que emplean en ocasiones adjetivos excéntricos, como «cartas desparpajadas».

Una leve exageración pertenece al género que podríamos denominar «miscelánea» o «de hechos diversos». Es una suerte de dietario heterogéneo, no fechado, donde se acogen reflexiones artísticas, apuntes de la vida cotidiana, retazos autobiográficos€, todo ello aromatizado con lo que él llama «epifanías intelectuales».

El título del volumen es encantador. Surge de una anotación en la que se ocupa de la naturaleza de la poesía: «es una leve exageración mientras no hacemos de ella nuestro hogar porque entonces se vuelve realidad. Y luego, cuando la abandonamos -porque nadie puede morar en ella siempre- vuelve a ser una leve exageración».

Efectúa perspicaces consideraciones sobre algunos escritores ilustres. Por ejemplo, del poeta alemán Gottfried Benn: «esteta inquebrantable entre los doctrinarios 'mejoradores de la humanidad'».

Sobre Robert Musil: «Lo atacaron por igual los nazis y los comunistas: el simple título de su gran novela El hombre sin atributos, debía sacar de quicio a unos y a otros. Ellos que se desvivían por crear un hombre nuevo con atributos muy bien definidos».

O sobre Ernst Jünger: «un escritor cuyos ensayos y diarios me gustaban enormemente pero que nunca dejaron de irritarme con su indiferencia respecto a los débiles y los sufrientes -se paseaba por el París eterno vestido con el uniforme de la Wehrmacht, un uniforme afortunadamente nada eterno, aunque -como decía M (mi mujer)- por desgracia, muy estiloso, igual que los demás uniformes de corte nazi».

Sobre el Paris en el que vivió en los años 80, comenta con elegante sarcasmo: «París amaba la metodología€ y las novelas. Los metodólogos eran como sastres que no hacen vestidos, sino que escriben tratados sobre la vestimenta. ¡Si por lo menos hubieran sido como la aguja del proverbio árabe: '¡la aguja viste a todo el mundo, pero permanece desnuda!' Los metodólogos estaban destinados a la exportación».

Se ocupa también de los tres autores polacos más relevantes del siglo XX: Witold Gombrowicz, Bruno Schulz, Ignacy Witkiewicz, a los que no pudo conocer por razones generacionales. En cambio, da información directa y personal de dos poetas y premios Nobel -Czeslaw Milosz y Joseph Brodsky- de los que habla con afecto y admiración.

Compara la naturaleza de la poesía con la novela: «una gruesa novela leída en un vagón de metro, parecía un sustituto de la casa, convertía el interior del vagón en una especie de anejo de la vivienda. Los relámpagos de los poemas exigían lectores sanos, cosa que no era fácil de encontrar. Los relámpagos no curan, y a veces incluso pueden matar. Los relámpagos no sirven de hogar». En este tipo de consideraciones, raya a veces la cursilería; en otras desde luego no: «tratamos a los muertos como si fueran críos. Un catolicismo excesivamente domesticado nos induce a tamaña frivolidad».

También la compara con la religión: «la poesía difiere sustancialmente de la religión (€) esta diferencia radica en que el poema se detiene en un momento dado, estrangula su exaltación, no entra en el monasterio, sino que permanece en el mundo exterior, entre las golondrinas y los turistas, entre las cosas visibles y tangibles».

Durante un viaje a la Toscana, vio a un turista alemán leyendo un pequeño manual titulado Mística para principiantes; asegura que entonces «experimenté una iluminación: la poesía es mística para principiantes».

En el apartado de las confidencias familiares, nos hubiera encantado, entre otras cosas, que proporcionara mucha más información acerca de Józef, un tío paterno, fascinante personaje que vivía con su bisabuela y que realizaba investigaciones misteriosas encerrado todo el día en su habitación.

Quizá exquisitas peculiaridades sintáctico-rítmicas del polonés no las hayan podido aclimatar al castellano Rubió y Slawomirski (prestigiosos traductores que tienen sin duda una tarea compleja); no lo sabemos. En cualquier caso, y dicho con mero ánimo descriptivo, Zagajewskiki parece un competente y admirable escritor de segunda fila.

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