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Dedicatorias e indedicatorias

Los escritores dedican sus libros de poemas, sus cuentos, sus ensayos, sus artículos de periódico, sus novelones, sus aforismos, su tesis doctoral, todo lo que sale de su imaginación e inteligencia. Y lo dedican a su madre, a su padre, a sus cónyuges, a sus hijos, a sus amantes, a sus vecinos, a sus amigos de toda la vida, a sus editores, a los médicos que los han operado de la aurícula izquierda, a su gurú espiritual, a sus maestros de la infancia, al presidente de la República, al primer hombre que pisó la luna. Hay quien dedica sus obras a su perro mastín, a su gato de angora, al toro al que le cortó el rabo su torero predilecto, al caballo que suele montar los fines de semana. Algunos exquisitos, como muestra de su soledad y orgullo olímpicos, han dedicado un texto a «su solo deseo». Hay quien se ha esforzado en hacernos saber que su dedicatoria consiste en la negación de todas las dedicatorias anteriores que en el mundo han sido, y que, por lo tanto, su obra no está dedicada a nadie. El gran Juan Ramón, como prueba de su radical pureza, dedicaba a menudo «a la inmensa minoría», y Blas de Otero, en tiempos de convulsiones sociales, durante nuestra penúltima posguerra, brindaba sus poemas «a la inmensa mayoría». A la hora de dedicar, escritores y lectores tienen para servirse a la carta.

Me declaro firma partidario de las dedicatorias. Los libros que no están dedicados me resultan espiritualmente sospechosos. Quiero decir que suscitan en mí profundas cábalas y preocupaciones. ¿Por qué no tendrá este pobre novelista -me digo- alguien a quien dedicarle tantas horas de esfuerzo, tantas vacilaciones de toda clase, tantas dudas, tantos decaimientos por los que pasa un escritor? Un amigote, un maestro remoto del Parnaso, una novia lejana, un tatarabuelo que combatiese en Cuba, una nube en el horizonte. ¿Por qué no habrá encontrado algo a lo que ofrecer la alegría siempre renovada de observar el objeto que llamamos libro, andando solito por el mundo: a la lengua rusa, a la pluma estilográfica, a la aspirina, al caldo de pescado, a partículas elementales, a los números primos, al tomate en su rama?

Las dedicatorias completan los libros, representan un brindis público y privado, y prolongan el eco sentimental de la escritura. Son una forma del agradecimiento para con la existencia a través de un nombre propio, o de un nombre común. En mi caso, creo que escribo libros para poder dedicárselos a las personas que más quiero.

Ahora bien, las dedicatorias también pueden perderse. Los destinatarios de una dedicatoria pueden cometer alguna tropelía que haga a un escritor, en posteriores ediciones de la obra, retirarle el obsequio. Un gran poeta español me contó que, después de haber dedicado un poema de amor a un joven poeta novísimo, el novísimo le rogó que cambiara su dedicatoria a otro poema, para que los lectores no pensasen que era homosexual. Lo que hizo el autor de la dedicatoria fue retirársela en la segunda edición: por bobo, por timorato y, sobre todo, por mal lector.

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