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Entrevista

Irene Vallejo: "El libro está cargado de futuro"

A esta propagandista del mundo clásico le gusta explorar las fronteras entre géneros. Su ensayo es un trabajo de divulgación sobre la historia de los libros

Irene Vallejo: "El libro está cargado de futuro"

P Diez ediciones y unánime reconocimiento de la crítica.

R Ante la abrumadora oferta de ocio, me parece casi milagroso que tanta gente haya optado por dedicar su tiempo a este libro.

P ¿A que atribuye el éxito?

R Los apasionados de los libros llevamos años bombardeados por mensajes apocalípticos. El infinito en un junco practica la rebeldía de la esperanza. Reconstruye una historia apasionante de la que somos herederos y protagonistas.

P En la era digital, reivindica el papel. Sostiene que los lectores somos una familia muy joven.

R Desde una perspectiva amplia, existimos hace apenas cinco milenios, desde la invención de la escritura. Los libros han sido los vehículos de nuestras mejores ideas. El libro tal y como hoy lo conocemos, primero de pergamino y luego de papel, ha sobrevivido a tremendos retos: caída de imperios, empobrecimiento, guerras, saqueos, analfabetismo extendido. A pesar de esos peligros extremos, sigue vivo, y sigue siendo amado. Está cargado de futuro.

P ¿Y los lectores de periódicos?

R Debemos comprometernos con los proyectos periodísticos que nos importan. No podemos pretender informarnos gratuitamente. En pantalla o en papel, paguemos por lo que es valioso. El funcionamiento de la democracia necesita información de calidad, contrastada, profesional. Hay que apoyar a los periódicos porque son parte de nuestra salud como sociedad.

P ¿Qué futuro augura al periódico?

R Un largo futuro. Somos muy propensos a augurar la muerte de lo antiguo cuando surge algo nuevo: de la pintura cuando se inventó la fotografía, de la radio cuando aterrizó en nuestros hogares la televisión. La realidad demuestra que esas extinciones no suceden.

P «El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo». ¿Muy optimista?

R ¿Quién iba a pensar en tiempos de Homero que un objeto todavía por inventar garantizaría la supervivencia de algo tan frágil como nuestros relatos (la Ilíada, la Odisea)? La destrucción parecía tener todas las de ganar en esta batalla por salvar las palabras, y sin embargo es mucho lo que hemos conseguido proteger. La posibilidad de leer y escribir ha sido un privilegio durante largos siglos, pero la perseverancia de las escuelas la han extendido de forma asombrosa. Las bibliotecas, antaño excepcionales, hoy son una red amplia que bombea libros por todo el territorio. El infinito en un junco es la crónica de un gran logro colectivo.

P Mientras, las librerías van cerrando.

R Su supervivencia depende ahora de nuestro compromiso con estos lugares donde los lectores somos recibidos por libreros dispuestos a guiarnos, a conversar, a brindarnos descubrimientos y hospitalidad frente a la fría prescripción de las pantallas. En una sociedad que empieza a tener problemas con la soledad, el pequeño comercio garantiza una dosis irrenunciable de contacto humano.

P ¿Hay más escritores que lectores?

R Los escritores somos, primero lectores, y así deberíamos figurar en el cómputo. Es cierto que se publican más libros que nunca; es el funcionamiento del sistema: también se producen más coches y más alimentos de los que realmente se consumen. Pero quedémonos con el hecho de que lee más gente que nunca. A esta libertad de acceso a las palabras y los tesoros del pensamiento, lo llamo progreso.

P ¿Sabemos leer las palabras?

R Nunca se deja de aprender a leer. Lo afirman los neurólogos: toda la experiencia acumulada, las nuevas palabras que incorporamos a nuestro vocabulario, los idiomas que adquirimos, van enriqueciendo la experiencia de leer. Los lectores mejoramos con el tiempo. Hoy hay muchas presiones para convertirnos solo en espectadores de las imágenes que parpadean en las pantallas. Por eso debemos reivindicar la vertiente creativa del lector, cuyo cerebro está maravillosamente activo mientras escucha con los ojos las palabras de los libros. Cuando buscamos un antídoto contra lo efímero, ahí están los libros esperándonos con sus páginas abiertas.

P Descubre que el primer autor del mundo que firma un texto con su propio nombre es una mujer. Enheduanna, poeta y sacerdotisa, cuyos poemas inspiraron los Salmos de la Biblia?

R El primer texto no anónimo de la humanidad lo firma una mujer: Enheduanna. Es un hecho asombroso. Es cierto que Enheduanna ocupaba un lugar de privilegio, como hija y tía de reyes, pero su talento y su seguridad en sí misma resultan conmovedores contemplados desde nuestra perspectiva del presente. El infinito en un junco busca en el bosque del pasado las huellas de las mujeres que en la Antigüedad, en los primeros tiempos, se esforzaron por ser intelectuales, filósofas, poetas, escritoras de discursos. Fueron muchas menos que los hombres, pero muchas más de lo que imaginamos. Y aunque solo queden añicos de sus palabras o recuerdos vagos de su obra, merecen el reconocimiento del futuro.

P «El infinito en un junco» gusta a los que ya leemos, pero ¿cómo se incorporarán nuevos lectores?

R Los estudios revelan que los estímulos que se reciben en casa son esenciales. Leer no es un impulso que surja instintivamente, forma parte de una determinada relación con las palabras, el conocimiento y la cultura. Está demostrado que leer a los niños o, al menos, animarles a adentrarse en el mundo de los cuentos, es un gran impulso a su creatividad y su placer. También una enorme ayuda para su rendimiento académico futuro. Gran parte del fracaso escolar está anclado en una deficiente comprensión lectora: hay que ser un buen lector incluso para entender el enunciado de un problema de matemáticas.

P ¿Después de los escritores griegos, el resto es una copia?

R Cada época, reformula unos cuantos temas esenciales con un lenguaje y una sensibilidad propia. En todo texto hay ecos ajenos y acentos propios. Por su parte, también los griegos se basaban en relatos anteriores, en narraciones orales que se han perdido. Gracias a los libros y a una cadena de amor a sus textos, las obras más destacadas de los griegos han llegado hasta nosotros. Desde la Biblioteca de Alejandría en adelante, hemos comprendido que las palabras son un legado que queremos proteger, porque Safo, Heródoto, Tucídides o Platón dialogan con nosotros, nos ayudan a conocernos mejor y alimentan nuestra creatividad.

P «De alguna forma misteriosa y espontánea, el amor por los libros forjó una cadena invisible de gente que, sin conocerse, ha salvado el tesoro de los mejores relatos, sueños y pensamientos a lo largo del tiempo», concluye.

R Ese es el mensaje de esperanza del ensayo: la certeza de que el amor por los libros ha sido capaz de movilizar a tanta gente anónima a través de los siglos, a pesar de los peligros que acechaban y los esfuerzos que era preciso asumir. No eran personas movidas por la vanidad -su nombre no ha pasado a la historia-, sencillamente eran lectores que no querían imaginar un futuro en el que faltasen los libros que amaban. Hoy los apasionados de la lectura, asediados por los profetas del apocalipsis librario, necesitamos conocer nuestras genealogías, e interiorizar el sentimiento de pertenencia a esta gran aventura.

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