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Padres e hijos

Sin duda, la mejor obra de González. Y una de las mejores que leeremos este año

Padres e hijos

Cuando vemos por primera vez a nuestro bebé, se entabla una relación instantánea, una poderosa ligazón que, escondida en alguna parte de nuestra biología, se revela furiosamente, con agresividad, abriéndose paso frente a cualquier otro sentimiento. No es una atracción de la sangre, el chispazo se produce a otro nivel, escrito en el ADN, que nos dice que esa personita depende de nosotros, que debemos cuidarla y amarla. La relación entre padres e hijos es misteriosa y sutil, extraña. No aguanta muchas veces un análisis racional porque su naturaleza es posiblemente irracional, animal. Pero con los milenios, nuestra sociedad ha ido esculpiendo esa unión, también, como un constructo colectivo. Una idea virginal que rara vez se parece a la realidad de la vida cotidiana. El vínculo entre padres e hijos se convierte con el tiempo en la lucha de ambiciones de unos y deseos de otros, de proyecciones de pasados que nunca fueron y futuros que ni siquiera están escritos. Es también una de las relaciones que más ha reflejado la literatura: la figura del padre o la madre ha motivado la reflexión de la cultura desde tiempo inmemorial, desde Balzac, Kafka, Roth o Sontag a Pudovkin y Almodóvar, pasando por supuesto por el cómic, como demostraron Altarriba y Kim o Paco Roca.

Jorge González es un autor que ha demostrado siempre una inquietud desbordante, una búsqueda incesante de nuevas formas de narrar con el dibujo a ritmo de bandoneón, de tango arrastrado que empapa las tintas y los trazos de su obra. Si Fueye nos deslumbró con la potencia de sus imágenes, obras como Dear Patagonia lo confirmaron como uno de los dibujantes que mejor interpreta los espacios y les da forma y voz, mientras que el autoeditado #1 mostraba su rabiosa y continua experimentación. Pero también ha demostrado su compromiso en Regreso a Kosovo y ¡Maldito Allende!. Una larga y exitosa trayectoria que, vista ahora, parece un camino de búsqueda de los recursos y la destreza para poder abordar su última obra, Llamarada (ecc ediciones). La historia de 4 generaciones de su familia, marcadas por el fútbol y la emigración, por la distancia, se convierte en una profunda reflexión sobre la relación entre hijos y padres, sobre esa línea sanguínea que parece adquirir personalidad propia y predestinar el futuro de los hijos.

González desarrolla un diálogo callado y silencioso entre unos y otros: la larga cronología desmenuza momentos centrándose en miradas, en silencios, en vacíos que separan las figuras. Más que nunca, los espacios abiertos de las viñetas gritan al lector, se convierten en protagonistas. Los lugares reclaman su presencia en la narración, como escenarios de unas relaciones, como mudos testigos de una memoria que los dibujos apenas esbozados convierten en presencias fantasmales. Para cada generación, para cada emoción, González buscará un estilo definido, de los lápices a las tintas, de las acuarelas a los acrílicos, del blanco y negro al color, de la forma definida a la casi abstracta. La narración salta de la viñeta tradicional a la doble página inmensa, de la plancha abierta, sin viñetas, a los recuadros estrictos, de los textos al pie al collage. Pero no hay caos, al contrario, hay una coherencia inusitada que traduce ese derroche visual en un relato íntimo entre el autor y el lector, emotivo desde la reflexión pausada, que busca empatías desde la distancia, desde la profunda diferencia de vidas, encontrando esos momentos que todos hemos vivido con nuestros padres de alegría y de tristeza, de rabia y de felicidad, que encontraremos donde menos lo esperamos: en la viñeta de un niño llorando, en una gigantesca doble plancha con un mar infinito susurrante y sugestivo.

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