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Des-Facer entuertos

La aparición de La invención de España. Leyendas e ilusiones que han construido la realidad española, obra del hispanista británico Henry Kamen (1936) poco antes del estado de alarma provocado por el coronavirus, tal vez le hayan restado promoción. El veterano historiador es autor de más de 30 libros entre los que sobresalen las biografías de Felipe II y el duque de Alba, así como: La Inquisición española. Una revisión histórica; Del Imperio a la decadencia. Los mitos que forjaron la España moderna y, Los desheredados. España y la huella del exilio.

Kamen, todo un especialista en los siglos XVI y XVII, los del imperio español, ha escrito un texto que aporta no solo rigor historiográfico sino conclusiones argumentadas que rivalizan, por su cuidada redacción, con la más interesante de las novelas. Destaca de inicio el relevante papel que tuvo la ficción histórica a partir de Walter Scott o de los Episodios nacionales de Pérez Galdós en la invención de las realidades del pasado y por ende en la identidad de lo que llamamos España.

El autor se pasea por los «mitos fundacionales»: Numancia y su resistencia al invasor, la destrucción de Sagunto o, el asesinato de Viriato. En 1586 se estrena en Madrid la obra de Cervantes El cerco de Numancia que reverdeció este mito que, retomaría dos siglos después López de Ayala para ser reutilizado, en pleno siglo XX, por los bandos contendientes en la Guerra Civil española. Alberti adaptaría la obra vistiendo a los romanos de falangistas, mientras que los franquistas intentaron cambiar el nombre de Soria por el de Numancia y ahí permanece el actual nombre de su equipo de fútbol más representativo, como SD Numancia. Esta ciudad-mito aparecía como la encarnación de España, generando en 2017 con Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, una Comisión Nacional de Numancia, «metáfora de lo que España sigue siendo hoy: alma de libertad y trono del viento». (Sin palabras)

Mitos y leyendas que cobijó Ramón Menéndez Pidal para fortalecer sobre 1910, basándose en «pruebas históricas inexistentes» un «metafísico» espíritu de España, el «espíritu nacional» en el que conviven héroes fundacionales con leyendas medievales y modernas ficciones. Todos sus exégetas, sostiene Kamen, «parecen coincidir en que el proceso de la Reconquista fue lo que dio origen a España». En este sentido, es clave El Cantar del mío Cid, engarce y sostén del mito nacionalista español.

En 1929 Pidal publicará La España del Cid elevando hasta la calidad de mito fundacional a Rodrigo Díaz de Vivar, viril conquistador y mercenario, expulsado por el rey de Castilla quién «de ningún modo era un héroe explícitamente cristiano». Pidal tuvo suerte porque el régimen de Franco «no ofrecía más ideología que la glorificación de un pasado medieval originario» y así es como la dictadura entronizó al Cid como pieza esencial del tinglado identitario. La visón casaba bien con los expuesto por Ortega y Gasset en su España invertebrada quién presentaba una España compuesta por tres elementos: los pueblos autóctonos, los invasores y los emigrantes germánicos, o sea, los godos. Ni árabes, ni norteafricanos de creencias y civilización musulmanas, ni las minorías judías, que coexistían y se relacionaban con las comunidades cristianas, formaban parte de España. Sin embargo Américo Castro, más tarde, salió en su defensa pero no se le prestó la misma atención que a los escritos de Sánchez-Albornoz quién negaba la contribución islámica a la formación de España.

Contexto contradictorio y fascinante en el que Kamen sitúa mitos y leyendas acerca de España y «sus naciones». Veamos. La Reconquista, desde Asturias, Covadonga y don Pelayo (722) pasando por las Navas de Tolosa (1212) hasta la ocupación de Granada en 1492, no existió como tal. No hubo una empresa militar unificada como una supuesta cruzada ni fue vista como una «guerra santa». La evidencia histórica enseña que no hay guerra, ni empresa o imperio que dure ocho siglos. Al-Ándalus y el Califato no fueron exactamente el «Paraíso perdido» que pretendían orientalistas y románticos. Kamen señala: «En Al-Ándalus no había un régimen tolerante, sino innumerables barreras a la igualdad y al contacto entre distintas religiones».

El mismo tratamiento desmitificador reciben los Reyes Católicos y los del imperio de los Austrias. Insiste en las dificultades insalvables para explicar el concepto de natío, comentando otras concepciones más sólidas (a falta de la unidad como requisito indispensable para ser nación) para concebir España como comunidad de naciones o, «nación de naciones». Es notoria, en su análisis, la funcionalidad de conceptos como Estado y provincia a la hora de referenciar y relacionar políticas territoriales e identidades. Tampoco se muestra partidario de la formula Estado-nación para explicar el caso de España.

Desfilan por estas páginas manipulaciones usadas contra España como fruto de críticas internas bien aprovechadas como las leyendas negras de y sobre la Inquisición, el Tribunal del Santo Oficio o los «Autos de fe», las cruentas expulsiones de moriscos y judíos; las leyendas diversas sobre los descubrimientos, conquistas, colonizaciones y cristianización de los territorios americanos, más que una película de héroes y santos fueron empresas coloniales en las que se aprovecharon militarmente las guerras civiles entre los indígenas para detentar el poder sobre una población más numerosa. La represión y el trabajo esclavo que requirió la importación de mano de obra africana, tras las denuncias de maltrato a los «indios» formuladas por Bartolomé de las Casas, y «el terrible efecto de las enfermedades» hizo el resto. América fue motivo de «orgullo nacional» y enriquecimiento hasta que surgió una fuerte corriente de opinión que la señalaba como «la causa de todos los males». La pérdida de Cuba en 1898 a manos estadounidenses acabó con el protagonismo de este acicate que tanto «había contribuido a la invención de España».

Las heroicidades de la guerra y las guerrillas de «la Independencia» (Agustina de Aragón, El Empecinado, Bailén, etc.) impulsaron un patriotismo más anti-francés que identitario, maquillando ciertos aires de guerra civil que tuvo aquella contienda. Ni siquiera la Constitución de 1812 con perfiles de consenso consiguió la unidad deseada. Una de las supercherías de mayor envergadura, tanto por su continuidad como por su encrespamiento actual, tal vez sea la de Cataluña como «nación inventada» a partir de una guerra dinástica de Sucesión (Austrias contra Borbones), librada con ejércitos mercenarios, que la burguesía comercial dominante en Cataluña trató de convertir en guerra nacional de secesión o separación que culminaría con la toma de Barcelona, en manos de los insurrectos, por las tropas de Berwick en septiembre de 1714.

Nos movemos, arguye Kamen -que apoya algunos de los acontecimientos tratados con reproducciones de célebres cuadros que mitifican más aún estos sucesos-, entre «un sueño de reyes» con una monarquía que como institución [española] siempre estuvo en entredicho. ¿Lo mitos y leyendas fundacionales solo son pues parte de «una nación ficticia»? Kamen lo escribe y documenta.

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