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Contra la memoria

Las cosas son más complejas, y los matices son importantes porque plantean escenarios distintos para no caer en el reduccionismo

Contra la memoria

Cuando se produjo el debate sobre la Memoria Histórica, a raíz de la legislación que impulsó Rodríguez Zapatero, historiadores y políticos se enzarzaron en discusiones sobre la oportunidad de reavivar un tema con aristas muy sensibles. Se produjeron -y todavía se mantienen- tres posturas fundamentales que se plasmaron en distintos libros y artículos. Unos defendieron la ley como una manera de rehabilitación de todos aquellos que habían luchado en la guerra civil en el bando perdedor, y que fusilados y enterrados en fosas comunes, cuando no en cunetas, sin ningún recordatorio de sus nombres ni, en muchos casos, del lugar donde estaban sus restos. Ya desde 1979 en algunos municipios los alcaldes habían facilitado a algunas familias la recuperación de sus muertos, pero ahora por ley se obligaba a abrir terrenos en aquellos lugares donde se creía que pudieran estar enterrados. Para otros, sin embargo, la nueva ley podía suscitar suspicacias por cuanto hubo también fusilamientos indiscriminados en la zona republicana, y que los desenterramientos podían ser un reconocimiento a un solo bando, por la cobertura informativa que se daba por ciertos medios. Y aunque los que murieron en el bando conocido como nacional estaban en su mayoría recuperados se entendía que se intentaba rehabilitar un pasado al que, al parecer, La Transición habría puesto un punto y aparte, al encauzar una reconciliación de aquella guerra que no debía aventarse a pesar del millón de publicaciones sobre la misma.

Una posición intermedia consideraba que sí era procedente recuperar los restos de aquellos que no habían sido enterrados pero sin aprovechar la ley para reivindicar, ni exaltar, los hechos de un bando que tenía derecho al reconocimiento de sus muertos pero con la debida discreción, sin levantar ampollas ideológicas o sentimentales que recordaran unos tiempos que debían ser, si no olvidados, al menos destacados con discreción y con la ponderación para todos los que participaron en aquella conflagración entre españoles, donde se hizo realidad ese mito que todavía perdura de las dos España y que el verso de Machado contribuyó a difundir («españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón»). Los mitos, ya se sabe, no son del todo ciertos, y además no aclaran nada. Siempre podemos reducirlo todo a una realidad binaria. Existen dos Españas como dos Gran Bretañas, dos Francias, dos Italias, dos Rusias y así en otros muchos sitios, sin lugar para los matices. Pero las cosas son más complejas, y los matices son importantes porque plantean escenarios distintos para no caer en el reduccionismo que nos lleva a posiciones dogmáticas.

Por eso, no es una pérdida de tiempo acudir al libro Against Remembrance, del escritor y reportero del New York Times David Rieff, que publicó en 2011 Radom House Mondadori, y que la editorial Debate tradujo en 2012, Contra la Memoria, con un elogio del intelectual liberal John Gray. Rieff, licenciado en Historia por la Universidad de Princeton, es hijo de Susan Sontag, la escritora y cineasta de la izquierda de EEUU, aunque las relaciones entre madre e hijo habían sido conflictivas. Ella manifestó siempre que no había querido tenerlo a los 19 años, aunque en su lecho de muerte, a los 71 años, reclamó su presencia en la habitación del hospital en la que se consumía por el cáncer en 2004. Sontag había reflexionado sobre el excesivo valor que se le daba a la memoria sin tamizarla por la reflexión. Pero Rieff amplía el tema en su ensayo y afirma que «la memoria histórica colectiva tal como las comunidades, los pueblos y las naciones la entienden ha conducido con demasiada frecuencia a la guerra» (p.37) Y es que, como vengo repitiendo, las guerras civiles permanecen en el imaginario mucho tiempo, incluso siglos. Miren si no cómo, en los estados confederales del sur que perdieron la guerra civil norteamericana (1861-1865), todavía se pugna por la desaparición de estatuas del que fuera su presidente David Jefferson y del general Robert Lee, con manifestaciones en las que hubo algunas muertes. Lo mismo ocurrió hasta entrado el siglo XIX con la figura de Oliver Cromwell en Inglaterra del siglo XVII o con las revoluciones francesa o rusa.

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