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El populismo de todos los dias

El populismo de todos los dias

No hay día que no salga en los medios de comunicación el término populismo aplicado a distintas actitudes u organizaciones políticas que han ido apareciendo en el siglo XXI. Y en general con un carácter peyorativo por cuanto se asimila a los sistemas autoritarios y demagógicos que han llegado mediante elecciones, pero que después se las apañan para consolidarse. Periódicamente se publican artículos y libros para analizar, matizar o explicar el significado del concepto en su dimensión actual y en su trayectoria histórica. ( Geografía del Populismo, 2018). El problema es que no existe un consenso sobre su significado que pueda ser aplicado a todos aquellos así denominados. Parece que añadiendo ese calificativo a cualquier movimiento político o social ya suponemos a qué estamos refiriéndonos. Sin embargo, si intentamos indagar qué se entiende por tal no es fácil precisarlo. Hay investigadores que prefieren no acudir a una caracterización universal y limitarse a estudiar cada caso resaltando sus peculiaridades propias y, con cierta prudencia, indicar elementos parecidos o distintos. Ya decía Kant que hay dos maneras de abordar los asuntos: destacando las diferencias con otros o señalando las semejanzas. Existen antecedentes que se remontan al siglo XIX, como el estudio El Populismo ruso de Franco Venturi en 1952 (publicado en España en 1975) donde aparece la palabra «narodniki», empleada en 1874 por aquellos que proclamaron «ir hacia el pueblo», los hijos de los aristócratas rusos que decidieron irse al campo con los campesinos. En EEUU el presidente William Henry Harrison, elegido en 1840, fue calificado de populista por su lucha contra el establishment de Washington. Pero hasta 1892 no surgió un Partido Populista (People's Party) que acabó fusionándose con los demócratas. También se han estudiado los neopopulismos neoliberales de Menen, Trump o Fujimori, diferentes a los de Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa. O las históricos de Lázaro Cárdenas, Gentulio Vargas o Perón

En 1970 Peter Worsley ( El concepto de populismo, 1987) destacó que se debería considerar al populismo como un énfasis de la voluntad popular, una dimensión de la cultura política, y no como algo que tiene entidad como ideología propia. Está siempre contaminado por un contexto y de esa manera los partidos de todo tipo apelan a la voluntad popular para enfatizar que quieren representar lo que la ciudadanía reivindica. En una mayor matización, Hayward ( The Populist Challenge to Elitist Democracy in Europe, 1996) atribuye al populismo la respuesta a las elites dirigentes de los partidos de masas que se han distanciado de las aspiraciones populares y, por tanto, es una consecuencia de la propia dinámica de la democracia. Margaret Canovan ( Populism, 1983) ya había publicado que el populismo representaba una invocación al pueblo por encima de las instituciones establecidas. Un espectro de la democracia que se desenvuelve entre manifestaciones antisistema e intervención en las mismas para ampliar sus propuestas y canalizar las reivindicaciones populares frente a las elites políticas establecidas. No es tanto el diseño de un programa político como la creación de un entusiasmo para romper los hábitos de una clase instalada en el conformismo, acostumbrada a la inercia de la representación electoral y su pragmatismo, sin considerar con suficiente atención las demandas populares que se generan. Los movimientos populistas se incrustan y reaccionan contra los moldes tradicionales abriendo una brecha en los partidos clásicos. De alguna manera, se argumenta, la democracia necesita estos latigazos para estar viva porque así despiertan a todas las organizaciones asentadas en el sistema, que acaban utilizando también lenguajes populistas para favorecer la interrelación con los ciudadanos. Toda política, al final, desemboca en una veta populista, aunque suponga, en algunos casos, el cuestionamiento de la democracia misma.

Ernesto Laclau ( La razón populista, 2005) o Chantal Mouffe tratan de reivindicarlo, desde el posmarxismo y después de abandonar la ortodoxia marxista de sus primeros tiempos. Parte del peronismo argentino, por lo que supone una nueva manera de intervención de las clases populares en su defensa con la articulación de un lenguaje identitario, un discurso comprensible y significativo, para unificar sectores sociales diferentes pero que tienen demandas parecidas y se sienten marginadas del poder establecido. En una línea más matizada se desenvuelve la obra de Chantal Delsol ( Populismo una defensa de lo indefendible, 2015) En España, José Luis Villacañas ha analizado el fenómeno teniendo en cuenta que el concepto ha tenido una proyección con el nacimiento de Podemos ( La reinvención de la política. Orígenes y fundamentos del populismo contemporáneo, 2018, o su libro Populismo, 2015) donde hace referencia a la tesis de Max Weber como «democracia de la calle». Y rechaza los conceptos de populismos de derechas o de izquierdas para proponer una diferencia entre los hegemónicos que intentan mantener una situación establecida, o contrahegemónicos que son movimientos alternativos al sistema vigente. Para otros, como José María Lasalle, el populismo es, en cambio, una amenaza para la democracia ( Contra el Populismo, 2017) y conviene combatirlo.

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