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La levedad del dolor lejano

La levedad del dolor lejano

«Libertad para las 17 y más» aparecía en la camiseta que llevaba María Teresa Rivera. Una salvadoreña asilada en Suecia por el delito de haber abortado en El Salvador, un país que en 1997 cambió su código penal convirtiendo el aborto no solo en un delito en cualquier circunstancia: abrió una puerta para la persecución de la mujer incluso en casos de niños nacidos muertos, que llevaban a sus madres a la cárcel por homicidio agravado. Las 17 son muchas más, algunas más de 15 años encerradas en unas condiciones infrahumanas, como lleva denunciando Amnistia Internacional y la ONG Mundubat, que en 2017 daba a conocer la situación de este grupo en el documental «Las mujeres decididas», continuado después en La historia de todas nosotras (disponibles en la web de la asociación, www.mundubat.org) y una pieza escénica con la compañía Node. Como parte de esa labor de denuncia y divulgación, la ONG publica ahora junto a Astiberri la novela gráfica Todas nosotras, de Elisabeth Casillas e Higinia Garay, que resume y condensa toda esa labor gracias al lenguaje del cómic. Las dos autoras consiguen sintetizar ese mensaje con una contundencia que la extraordinaria labor gráfica de Garay convierte en un mazazo a la conciencia, destrozando esa barrera de olvido e indiferencia que provocan la distancia y la ignorancia de esa realidad lejana. No hay excusa posible para sentir ese dolor y esa dignidad arrebatada como algo ajeno tras la lectura de esta obra.

En los 90, Sarajevo se convirtió en una paradoja mediática: fue la primera guerra en suelo europeo narrada en directo desde la televisión, entrando en nuestro hogares en la hora de las comidas como una especie de ruido de fondo que fue vacunando a la gente ante la barbarie y la locura que estaban viendo. El genocidio, la muerte indiscriminada y el horror se asimilaron como parte de la oferta televisiva, una ficción más al mismo nivel que las mamachicho que no provocaba remordimientos ni preocupación. Sin embargo, hay que reconocer que el mundo del cómic sí reaccionó ante la guerra balcánica: Max repartía en el Salón del Cómic de Barcelona de 1993 su fanzine Nosotros somos los muertos, denuncia radical de esa inacción y pasividad ante la masacre. Un molesto Pepito Grillo de la dormida conciencia colectiva en forma de cómic (que, por cierto, repite ahora en la pandemia con su contundente Manifiestamente Anormal, editado por La Cúpula, no se lo pierdan) que abría un camino que siguieron leyendas del cómic como Joe Kubert o Hermann con obras como Fax desde Sarajevo (Ecc Ediciones) y Sarajevo Tango (Planeta-Cómic), denunciando la pasividad de la comunidad internacional. Incluso hubo acercamientos desde la ficción como Grendel tales: Guerra de Clanes, de Darko Macan y Edvin Biukovi?, o desde el relato en primera persona, como el firmado por Alexander Zograf en Cómo fui bombardeado por el mundo libre (Under cómic). El colofón, sin duda, lo firmaría Joe Sacco documentando todo el horror a través del periodismo gráfico en Gorazde área Segura, El mediador e Historias de Bosnia (todas editadas por Planeta de Agostini). Sin embargo, quedaba una historia por contar: Fidel Martínez aborda en Sarajevo Pain (Norma editorial) la terrible visión de la realidad deformada del francotirador que mata sin pensar, la de una asesino que siente su labor como un mandato divino impulsado por una historia de odios que solo puede generar demonios y más muerte. Con un espectacular grafismo de cortante blanco y negro, el dibujante compone una historia coral de las personas rodeadas por el objetivo de la mirilla telescópica, con profundas raíces en enfrentamientos y agravios que se diluyen como historias clásicas de tebeos frente a la brutalidad del asesinato. Corto Maltés o Flash Gordon serán héroes que el camaleónico trazo de Martínez incorporará a un relato de impotencias y dolores lejanos que se sienten, ahora sí, muy dentro.

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