Me he aficionado muy mucho a unas cuantas series televisivas de misterio españolas gracias a que no entiendo ni una palabra de lo que en ellas dicen no pocos de sus actores y actrices (qué alivio las excepciones), lo cual representa un plus añadido de misterio español a la trama argumental.

Me he aficionado muy mucho a los apartados televisivos españoles de «El Tiempo» y a las conexiones en directo gracias a que apenas sé descifrar las frases que en los mismos dicen no pocos de sus presentadores o conductoras o corresponsales (qué alivio las excepciones), lo cual representa un plus de intriga añadida a la incertidumbre habitual sobre si mañana lucirá un sol de justicia, seremos invadidos por una borrasca impropia de la estación o quién, cómo, dónde, cuándo y por qué pasa lo que pasa.

Me he aficionado muy mucho a las declaraciones televisivas y radiofónicas de numerosos políticos (qué alivio las excepciones) gracias a que no alcanzo a penetrar lo que dicen, lo cual representa un plus añadido de esperanza en que la cosa pública al fin se remedie. Oír, lo que se dice oír, los oigo perfectamente. Escuchar, lo que se dice escuchar, los escucho atentísimo. Pero su prosodia, su entonación y su recalcar lo que recalcan me son tan inescrutables como inescrutable es para un toro la trayectoria de una mariposa.

Sale en una serie una juez que da la palabra al fiscal: «Coavenias eñorías matrevodirque toa sruebas esentadas colo can nelugars dosechos ala cusaos». Así mismo, con eses a maza, troceando a voluntad silábica las palabras y fraseando a golpes de voz inconexos. En mi telespectadora ingenuidad pienso que el representante del ministerio público ha acudido al juicio borracho como una mona, mas no solo no hay tal, a juzgar por la cara de pánico del malo, sino que debió de decir algo inquietante, a juzgar por la pronta y encendida reacción de la defensa: «Ño ría sinasmi sible».

La jueza, una antigua, pide orden y la entiendo, aunque me quedo sin saber si van a entrullar al villano o le van a dar el «Princesa de Asturias». El misterio crece. Aparece un jovenzano ante un mapa de isobaras y ciclogénesis. Pronuncia así: «Pramañana, sespera nubosidad variable ennnnn algunas zonas de laaaaa costa cantábrica connnnn precipitaciones diversas ennnnn algunos puntos deeeee laaaaa cordillera».

Me digo que parece que mañana vaya a llover, aunque me asalta la angustia fónica de haberme quedado fuera de juego de la prosodia hodierna, pues no me dan las entendederas para comprender qué se esconde tras el alargamiento y subrayamiento y encarecimiento y recalcamiento de las preposiciones y de los determinantes.

La incertidumbre crece. Escucho a un político grave, encorbatado y ceñofruncido a la salida de la reunión de una comisión de información de la sesión (soy un poeta) quien remarca tanto los prefijos que hasta se le escuchan los acentos al hablar: «Emostao discutiendo sobrel én poderamiento das ím plementaciones generadas por la ín dustralización en zonas dés favorecidas que se sienten sús traídas de un adecuao ín cremento encuantoas ín versiones».

La esperanza acrece. Pues aunque digan los neopostpedagogos que no hay que transmitir conceptos sino que no sé qué, les recuerdo a estos profesionales de lo suyo que «prosodia» es la «parte de la gramática que enseña la recta pronunciación y acentuación». Que «recalcar» es «decir palabras o frases con lentitud y exagerada fuerza de expresión, o repetirlas para atraer la atención hacia ellas» y no hacia las no importantes. Que «entonación» es el «movimiento melódico con el que se pronuncian los enunciados, el cual implica variaciones en el tono, la duración y la intensidad del sonido, y refleja un significado determinado, una intención o una emoción». Que estudien y practiquen un poco. Que usen bien el instrumento del que comen. Que es que nos tienen en un sinvivir a los que hablamos español y no neopostespañol.