Este fin de semana nos regaló dos ejemplos de que el verdadero talento es imposible sin amor. La primera condición de todo lo bello, y de la belleza misma, es el amor, el amor que mueve el Sol y las demás estrellas. Antonio Mercero, los veleros que partieron a esparcir tu alma por el mundo han vuelto convertidos en pájaros. Amaia y Alfred, el sábado hicisteis dudar al tiempo con vuestro instinto de eternidad.
Si aprendiéramos a amar diciendo todas las palabras no habría guerras, ni desastres, ni el mal estaría entre nosotros tan minuciosamente representado. Hablaríamos de la angustia en pasado, dormiríamos de un tirón y seríamos todos mucho más razonables. El talento no es otra cosa que la habilidad para crear aptitud y belleza.
Antonio Mercero, fuiste un cirujano del buen guión que conseguiste plasmar el costumbrismo de la España de cada momento e incluso de cada futuro con tramas que retrataban las vivencias, incertidumbres e ilusiones sociales del país pero siempre entremezcladas en sentimientos universales e inmortales sin fecha de caducidad. Por eso, por lo imperecedero de tus historias, las constantes reposiciones de «Verano Azul», por ejemplo. Te has ido, Mercero, con tu arte de enriquecer las historias con elencos adultos, que aprovechaban con brillantez la psicología de la mirada de los niños y adolescentes. Tu amor y tu talento eran un binomio mágico.
Amaia y Alfred, nuestros ojos se abrieron con vosotros a horizontes más vastos. Os conocimos cuando agonizaba la relación entre España y Catalunya y aparecisteis vosotros con todas las músicas y todas las esperanzas para tratar de concretar en cada canción vuestro deseo de mundo mejor. En cada respuesta a la prensa habéis demostrado la misma pócima que sobre el escenario: el amor como solución universal, por grande que fuera el odio en sentido contrario. Sin vosotros hoy seríamos un poco más grises, como si al mundo no le sobrara vulgaridad.
