Estos días de «emergencia climática» son ideales para revistar algunas entregas de «Redes», el programa dirigido y presentado durante 18 años por el recientemente fallecido Eduard Punset. En una «vuelta al mundo de la ciencia», RTVE ha destacado 16 entrevistas de las más de 600 emitidas, entre ellas la de James Lovelock, el creador de la hipótesis Gaia y después persona «non grata» entre el ecologismo por su defensa de la energía nuclear. En la charla con Punset, grabada en 2003, afirmaba que debemos «dejar de tener miedo a esta fuente de energía; es buena, solo es una amenaza para las personas, no para la tierra».

Los peligros para los terrícolas los estamos viendo en «Chernobyl», la miniserie de cinco episodios de HBO, y aprovechando la coyuntura, La 2 ofreció el sábado pasado una edición de «La Noche Temática» titulada «Mundo atómico», eclipsada por los fastos de Eurovisión. El primero de los documentales, «El átomo y nosotros» -mucho más sugerente su título original: The Atom, A Love Affair-, repasa la política nuclear que convirtió a esta energía en «pacífica» tras la Segunda Guerra Mundial. El romance fue apagándose con los accidentes de las centrales Three Mile Island, Chernóbil y Fukushima. El viaje a esta última del periodista Pio d'Emilia se abordaba en el segundo documental, con sobrias escenas animadas para recrear lo que sucedió.

Ambos son un buen aperitivo para ponerse a ver «Chernobyl». La mirada de Craig Mazin desde la ficción es emocionalmente muy potente gracias a unas magníficas interpretaciones y excelente ambientación. Compartimos con los protagonistas, el físico nuclear Valery Legasov (Jared Harris) y el viceprimer ministro Boris Shcherbina (Stellan Skarsgård), la angustia de no entender qué ha pasado, cómo evitar más destrucción y, a la vez, luchar contra la maquinaria burócrata soviética que intentó ocultar primero, minimizar después, la catástrofe. Sentimos también el dolor y la impotencia de ver deshacerse físicamente en unos días a tu pareja, uno de los bomberos que acudió a sofocar las llamas en el primer momento, un espectáculo que observaban los habitantes de Prípiat como si fueran fuegos artificiales mientras la invisible radiación les caía encima.

Con algunas inexactitudes técnicas, según los expertos, y licencias narrativas como el personaje de Emily Watson que nunca existió, la serie es, hasta el momento, una buena manera de comprender el mayor desastre nuclear de la historia en cuanto a número de víctimas mortales directas. Esta semana que entra, el cuarto episodio.