Dos campañas electorales superadas en un mes. Como votante y espectador, asistía al final de la semana, presenciando con cierto alivio, el desenlace del «reality» político protagonizado por los candidatos multicolor. Oradores sobreexpuestos, mostrándose al público en un afán por llamar a veces más a la atención que al voto. Las noticias y el «timeline» de mis redes se llenaban de aspirantes a representar al ciudadano. Jugaban a ser estrellas cantando, bailando y protagonizando videos promocionales, algunos inverosímiles, rodados por las calles de sus pueblos. Vías decoradas con imágenes enriquecidas a base de photoshop, instantáneas que son un clásico, como la sonrisa y ese postureo mucho más antiguo que el instagram, junto animales, niños y cualquier atrezo que pueda resultar entrañable y susceptible de enternecer el corazón del ciudadano llamado a las urnas. Me imaginaba cuando las veía, esas reuniones de candidatos rodeados de asesores ideólogos, incitadores de semejante espectáculo que ya ha bajado el telón hasta la nueva función en cuatro años. Entre todos me han hecho añorar esa época en la que sólo había un mocho, un cubo con cola líquida y un panel de conglomerado, desordenado y repleto de cartelería en exceso.

En la pantalla política no hay tregua porque ya ha empezado la temporada alta del pacto. Se veía venir el domingo, cuando las cifras y los colores inundaban el plano de «Al Rojo Vivo» a ritmo de música épica, narrado por el equipo Ferreras que combina como nadie la información de interés general con el espectáculo. La Sexta lo volvió a conseguir, ser la cadena de referencia en unos comicios o cómo mantenerte enganchado en una maratón de sondeos, minuto y resultado, apoyados con ese grafismo barroco que provocaba el baile de mis ojos, incapaces de retener la mirada quieta en un punto fijo.

El poder es lo que se mueve estos días y a falta de «Juego de Tronos» bien vale un serial patrio del pactómetro en directo.