La miniserie de HBO sobre la peor catástrofe nuclear de la historia no entra en ningún momento a valorar el uso de esta energía, aunque pudiera parecer imposible mostrando su cara más terrible. «Chernobyl» se acerca a esta realidad desde la ficción para mostrar a algunas víctimas que simbolizan a las miles que sufrieron los efectos de la radiación y que vivieron para contárselo a Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura. Una de las historias que la periodista bielorrusa escribió en Voces de Chernóbil (1997) tuvo que ser cortada del montaje final por ser demasiado dura. Fue algo que no vimos en el capítulo 4, en el que un joven inocente convertido en liquidador de animales contaminados comparte trabajo con soldados curtidos en Afganistán. Ese episodio nos regala además la bella secuencia inicial protagonizada por una anciana que se niega a ser evacuada mientras ordeña una vaca con la historia del siglo XX a sus espaldas.

Esta polifonía de rostros, como fue definida la obra de Alexiévich, es la envoltura de lo que preocupa realmente a Mazin: el coste de las mentiras que provocaron el accidente y ocultaron las consecuencias del desastre que, según el propio Gorbachov, fue el principio del fin de la URSS.

Había un fallo en el diseño del reactor RBMK que alguien detectó 10 años antes y fue encubierto, porque la industria soviética era infalible, según la nomenklatura. El camarada Legásov, el físico nuclear encargado de la investigación, mintió en la conferencia de Viena sobre el accidente culpando a los encargados aquella noche de un test de seguridad, aún sabiendo que otras diez centrales estaban en marcha con esos reactores. Y mantuvo esta versión en el teatro de juicio que se llevó a cabo para exculpar al Estado de cualquier responsabilidad. Es cierto que se suicidó dos años y un día después del accidente, como vimos en el primer capítulo, pero no fue ese héroe de las películas de juicios made in Hollywood; un desliz innecesario que perdonamos por el magnífico conjunto.

¿Cuál es el coste de la mentira? En Chernóbil, incalculable en términos de vidas. Pero no es necesario vivir en aquel claustrofóbico y temible régimen para estar rodeados de mentiras y verdades deformadas. El creador de la serie, Craig Mazin, se moja en una entrevista en Entertaiment Weekly pensando en Donald Trump y su negación del cambio climático, por ejemplo: «Estamos en la sala de control en este momento, y hay tiempo, pero se está acabando». Mucho nivel en todos los sentidos.