En una columna de televisión, hablar de supervivientes remite casi irremediablemente al concurso de los robinsones del siglo XXI, cuyos espectadores -un 36 por ciento de las personas que tenían la tele encendida este jueves- quedaron deslumbrados por los blanquísimos dientes de Isabel Pantoja. Pero no es en los residentes temporales en una isla hondureña en los que pienso.

Como superviviente se define Paquita Salas en su recién creado perfil de Twitter, mirando dentro de sí misma en la tercera temporada tras escuchar a una actriz transexual lamentar que Lidia San José fuera a interpretar a uno de ellos, en una serie protagonizada por una mujer madura encarnada por un joven (Brays Efe). La representante que se rindió decide reinventarse en un maravilloso primer capítulo con la entrega de los Goya de fondo, de nuevo con Macarena García, que vuelve a dejarle plantada. Sin embargo, el encuentro hace brotar su pasión, la gasolina de Paquita: «Porque si no sientes pasión no cruzas autopistas, ni saltas vallas, ni haces nada».

La sátira sobre el mundo del show-business es un producto con toque artesanal, como dicen sus creadores, Javier Ambrossi y Javier Calvo: ellos la escriben, la dirigen y la producen para Netflix junto a Enrique López Lavigne de Apache Films, pero además hacen el casting y están en la sala de montaje. El último capítulo podría ser un cierre redondo, pero no descartan nuevos episodios porque Paquita da mucho de sí y la quieren mantener viva para poder seguir contando realidades que les preocupan: cómo sobreviven los actores y actrices, hasta qué punto hay que perseguir un sueño, el poder de los haters de las redes sociales, los influencers o los community manager (esa gran Yolanda Ramos nueva en la profesión con experiencia anterior en las estafas piramidales y perseguida por los reporteros de «Equipo de Investigación»).

Historias basadas en hechos reales con personajes reales como Anna Allen interpretando a Clara Valle, inspirada a su vez en la verdadera Allen que se inventó una carrera hollywoodiense, y con una larga lista de colaboraciones actuando como ellos mismos (Ana Obregón) o no (una fantástica Terelu Campos como Bárbara Valiente).

Lo que se cuenta, cómo buscarse la vida, cómo se siente la gente, llega a jóvenes y mayores, aquí y al otro lado del charco. Mi querido amigo argentino Fernando Bilbao la ama, como dicen allá. Adora el costumbrismo y la naturalidad que se desprende de la manera en que está filmada y la cercanía de los personajes, con los que se identifica. Como buen esperpento, Paquita Salas tiene mucho de verdad.