George A. Romero, el director del clásico de Serie B «La noche de los muertos vivientes», decía que el verdadero horror está en la puerta de al lado, y que los monstruos más terroríficos son nuestros vecinos. Puede que Jean-Paul Sartre intuyera que «el infierno son los otros» después de una reunión de vecinos en la que se discutían los detalles de una derrama para reformar la fachada. El abuelo de Heidi, antes de la llegada de su nieta, no era conocido en la aldea suiza de Dörfli precisamente por su amor a los vecinos, en particular, y la especie humana en general. Pero Romero no habría rodado su terrorífica «La noche de los muertos vivientes», Sartre no habría escrito «A puerta cerrada» y el Viejo de los Alpes no habría vivido como un ermitaño en su cabaña si, como me ocurrió a mí el pasado miércoles, unos vecinos les devolvieran la confianza en la puerta de al lado con un gesto tan simple como ver la tele.

La 2 repuso en «Días de cine clásico» la maravillosa película musical «Los paraguas de Cherburgo», un prodigio de color, sencillez, tristeza, delicadeza y honesta visión de las relaciones humanas. Cuando Geneviève y Guy se separaban para siempre, aunque ellos no lo sabían, en la estación de tren, la inolvidable música de Michel Legrand lo inundaba todo, pero comprendí que el mérito no era solo de Legrand porque en el piso de arriba mis vecinos también estaban viendo la película y el sonido se colaba a través del techo hasta mezclarse con el que salía de mi televisor. Mis vecinos no son zombis. Mis vecinos no son el infierno. Mis vecinos nunca me obligarán a retirarme a una cabaña en los Alpes. Mis vecinos estaban viendo conmigo «Los paraguas de Cherburgo» en La 2, así que mis vecinos y yo tarareamos juntos la hermosa canción de la película, sufrimos juntos con la partida de Guy, lloramos juntos con la desgarradora soledad de Geneviève, comprendimos juntos las razones del corazón humano y contuvimos juntos el aliento con el reencuentro final en la nieve entre Guy y Geneviève. Al día siguiente, en el ascensor, no hablé del tiempo con mis vecinos del piso de arriba, sino de «Los paraguas de Cherburgo». También hablamos de la puñetera derrama para la reforma de la fachada, claro. Así es la vida.