Y si cuando Cayetana Álvarez de Toledo dice «no» a «solo sí es sí» está diciendo lo contrario, está diciendo que sí, que solo sí es sí? Tal vez su manera de mostrar su apoyo al «solo sí es sí» sea decir «no» porque cuando dice «no» está diciendo «sí». A ver por qué no va a poder ir por la vida diciendo «no» para decir «sí». A lo mejor lo hace y no pasa nada porque en su círculo ya la conocen. «¿Quiere paella, doña Cayetana?». «No, gracias». Y le ponen una paella riquísima.

Otra cosa es lo que pasa en los debates televisados en los que participa la portavoz del PP. Ahí se forma un lío morrocotudo, claro, porque no está en su círculo y no la entienden. Por eso se monta la que se monta cada vez que aborda el problema del consentimiento que debe dar cualquier persona para mantener relaciones sexuales. Ya pasó en un debate televisado de la anterior campaña electoral y volvió a pasar el otro día en el «Debate a siete» en el que participó en La 1. Ella venga a decir «no» a «solo sí es sí» y la peña no la entendía. ¿Cómo que no?, decían los demás participantes sin entender nada. Y se echaban las manos a la cabeza. Y le pedían que rectificara. Y le decían que para luchar contra las violaciones y los abusos sexuales a las mujeres hay que empezar por dejar claro que solo sí es sí. Y ella venga a decir que no para dejar claro que sí. Venga a decir que solo sí es sí diciendo que no, que para ella es sí, ¿no? Pues adelante, no pasa nada, solo hay que saber entenderla.

Lo que sí estaría muy feo es que la razón por la que Cayetana dice «no» para decir «sí» fuera su condición de mujer. Que las mujeres dicen «no» cuando quieren decir «sí» es una machirulada que debe tirarse al mismo vertedero donde arrojamos que las mujeres no saben aparcar, que no valen para las matemáticas, y que una mujer sin hijos es como un jardín sin flores. Por eso debemos concluir que Cayetana es cretense. Le pasa lo mismo que le pasaba al viejo Epiménides, aquel paradójico cretense que decía que todos los cretenses mienten siempre. Da igual si mentía o no. «¿Unas aceitunas, don Epiménides?». «No, gracias». Y qué ricas estaban.