No sólo de covid-19 ha vivido la semana si de polémicas e informaciones televisadas hablamos. Con las sardinas ya enterradas, todavía colean las raspas de esa broma de mal gusto en la que se convirtió parte del carnaval de Campo de Criptana. Las mismas calles que vieron nacer a Sara Montiel fueron testigos de un desfile absurdo protagonizado por una chirigota de inconscientes que se dedicó, sin que nadie se lo pidiera, a remover la historia. El mal gusto empezaba por vestidos con uniformes de agentes de las SS, acompañados de jaulas de cartón que simulaban cámaras de gas y bailarines y bailarinas con vestidos de satén, lentejuelas y rayas inspirados en los trajes que vestían las víctimas de los campos de concentración bajo el imperio del terror de Hitler. Una puesta en escena tan extrema como desafortunada, aunque sus protagonistas quieran justificarse bajo el amparo del homenaje a las víctimas del Holocausto, el resultado fue cuanto menos disparatado e innecesario.

No era el momento, ni el lugar, ni la forma de hacerlo. Sólo una triste intentona por llamar la atención explica el suceso, eso o la insensatez que ha provocado la denuncia de banalidad al Holocausto por parte de la embajada israelí.

No es la única vivida esta semana en memoria del pasado más dramático y reciente de la historia contemporánea. La serie «Hunters», que acaba de estrenar Prime, también se ha ganado una bofetada por faltar al rigor histórico en una escena en la que hebreos y fascistas juegan a un ajedrez «real» donde si cae la pieza, es asesinada la persona que tenía adjudicado tal rol. Impactante la ficción y entiendo que tan hiriente como polémica. A pesar de ello confieso estar enganchado a esta serie en la que los judíos y los nazis se persiguen 32 años después del fin de la guerra, con unos malvados verdugos de rositas viviendo de incógnito en los Estados Unidos de América. Es la serie sobre nazis que siempre habría soñado Quentin Tarantino: mucha sangre, diálogos jocosos y chascarrillos que rompen una violencia extrema que se mueve al son de la venganza y ese odio irracional hacia el más débil, tan propio de los fascismos. Lo bueno para disfrute del espectador es que el indefenso de antaño se vuelve fuerte en la ficción, se organizan, se unen y atacan con astucia en un comando liderado ni más ni menos que por Al Pacino, lo cual no deja de ser un aliciente más para ver esta serie tan polémica como no apta para estómagos sensibles.