Todavía puedo sentir la emoción con la que en la tele de la cocina, que siempre era más pequeña que la de salón, vislumbraba un nuevo canal, Telecinco, cuya antenización recibía con niebla, al más puro estilo codificado Canal Plus para el no abonado. Entre tanta boira y extasiado ante la novedad, me dejaba los ojos los domingos por la noche para ver ese hombre con esmoquin que pegaba puñetazos al objetivo de la cámara y corría de un lado a otro del plató con sus zapatillas Converse blancas. Era 1990 y acostumbrados al formalismo de La 1 y La 2, esta energía suponía un torbellino de aire fresco y lo que era más importante todavía, la llegada del color a la televisión española. El arcoíris aterrizaba en los televisores españoles para unos pocos privilegiados en 1973 y llegaba tres décadas más tarde que en EE UU, como casi otras tantas cosas truncadas por la dictadura. Pero el de Telecinco en sus inicios era otro color que suponía entretenimiento sin pretensiones educativas, ni convencionalismos cuya ausencia pudiese suponer una reprimenda en el Congreso de Diputados. Aquí el entretenimiento se convertía en negocio privado y pocas cuentas había que rendir de lo que por la pantalla asomase a no ser que las pidiese un accionista. Pasar el rato era fácil si conseguías sobrevivir a tanta pausa publicitada en una cadena que se hacía llamar la pantalla amiga y en la que sus estrellas parecían vivir en una especie de Nochevieja sin fin. En su primeros años de vida su programación infantil y juvenil se presentaba hipervitaminada, con presentadoras rubias de indumentaria ceñida con mucha marcha. La cosificación estaba a la orden de día en una sociedad que la vivía con total naturalidad disfrutando de los cuerpos de baile contoneándose con poca ropa en todos los programas, cantando las canciones que daban nombres sugerentes a sus formaciones: Chin-chin, Cacao Meravillao y las Mama Chicho nunca tuvieron su réplica masculina.

Las galas eran marca de la casa y daba igual verano u otoño, todo se celebraba y cualquier excusa era buena para plantar un escenario lleno de bailarines, artistas y más confeti que en una entrada de Moros y Cristianos. Una primavera televisiva detrás de otra hasta llegar a las 30 que cumplía esta semana bajo el lema imparables. Algo de razón tienen, porque hoy esta cadena que cuando nacía no soñaba con destronar a la Primera de toda la vida, hace años que es líder absoluto y la preferida desde que hace años hiciese extensible el formato «Tómbola», nacido aquí, como eje vertebrador de su exitosa programación, la preferida por el público siempre soberano que coronan el color como la pantalla amiga y también reina. Felicidades.