Estamos viviendo el cambio global más catastrófico desde la extinción de los dinosaurios porque los dirigentes del mundo nos han llevado al borde de la extinción pensando que la mano invisible del mercado impediría lo que ya es inevitable. Como si estuviéramos en el Pérmico, no notamos nada de lo que se avecina.

Decía Albert Einstein que lo que nos mete en problemas no es lo que ignoramos, sino lo que creemos saber pero que en realidad ignoramos.

Así, lo que nos ha metido en lo que seguramente sea el mayor de los problemas al que se ha enfrentado la humanidad, es lo que creen saber los que dirigen el mundo, pero que en realidad ignoran.

Incomprensiblemente dejamos la gestión del planeta a gente poco preparada: ni los ejecutivos de las grandes corporaciones, ni los directivos de las multinacionales, ni los empresarios del sector de los combustibles fósiles, ni los gestores de fondos de inversión, ni los políticos, ni los economistas, saben absolutamente nada del extremadamente complejo funcionamiento de la biosfera de la Tierra.

Como idiotas, hemos puesto nuestras vidas, las de nuestros hijos y las de nuestros nietos en sus manos. Porque, aunque no saben, deciden. Y, deslumbrados por el crecimiento económico, despreciaron durante décadas las advertencias de quienes si sabían cuál era la verdadera magnitud del problema.

Catástrofe global

Como resultado, algunas actividades humanas económicamente muy rentables (como la quema masiva de combustibles fósiles, la deforestación, la sobre-explotación de los recursos, etc.) han hecho que nuestro planeta esté sufriendo hoy en día el cambio global más catastrófico desde que el impacto de un asteroide extinguió a los dinosaurios hace 66 millones de años.

Nos enfrentamos a fenómenos tan peligrosos como el calentamiento global, la contaminación del aire, del agua y del suelo, la eutrofización de las aguas continentales, la acidificación de los océanos y a una larga serie de problemas emergentes que no han hecho más que empezar.

Sus consecuencias reducirán en un grado jamás visto nuestra calidad y esperanza de vida.

¿Bienestar económico?

La raíz del problema hay que buscarla en pleno auge de la revolución industrial, cuando los economistas pensaron que la clave del bienestar de la humanidad estaba en el crecimiento económico.

El problema es que asumieron que este crecimiento es óptimo cuando la libre competencia tiende al máximo dentro de mercados cuya regulación es mínima.

Supuestamente, cuando todos los individuos buscan maximizar su propio beneficio personal, la “mano invisible del mercado”, corrige todos los errores del sistema.

El problema es que en todo esto hay mucho más componente ideológico para justificar la codicia de unos cuantos, que rigor científico demostrable.

Ojo al mercado

La primera advertencia científica de que esto no era así se recoge en un trabajo que William Forster Lloyd, un Mathematical Lecturer en Oxford, publicó en 1833.

Lloyd esbozó algo sobrecogedor: la primera evidencia de que, cuando todos tienden a maximizar su propio beneficio en un sistema que está poco regulado, con el tiempo no solo no se logra el máximo beneficio, sino que incluso se alcanza la destrucción total del sistema.

Un gran número de modernos trabajos matemáticos en teoría de juegos demostraron rigurosamente que cuando varios individuos participan en un sistema no regulado, ocurren siempre dos cosas: primera, que la mejor estrategia para cada individuo los lleva a maximizar sus propios beneficios. Segunda, que maximizar el beneficio individual con el tiempo puede acabar destruyendo a todos los participantes.

Sin necesidad de emplear complejos sistemas de ecuaciones, un modelo conceptual de teoría de juegos extremadamente simplificado permite hacernos una idea de esta catastrófica dinámica de maximizar beneficio y extinción.

Las vacas son un ejemplo de lo que pasa en el planeta. pasja1000 en Pixabay

Pasto comunal

Imaginemos que 10 ganaderos comparten un pastizal común que tiene la capacidad de sostener a 100 vacas lecheras. En este modelo todas las vacas comen lo mismo y producen idéntica cantidad de leche que todos los ganaderos venden al mismo precio.

Inicialmente cada ganadero solo tiene 10 vacas. Siguiendo así el sistema es sostenible en el tiempo. Hasta que el ganadero más emprendedor decide añadir una vaca más, pasando a tener 11.

Esa vaca incrementa su beneficio. Pero lo hace a costa de los todos los demás ganaderos, que pierden un poco, pues el pastizal solo puede sostener en perfecto estado a 100 vacas.

Ahora las 101 vacas del pastizal comen casi un 1% menos de lo que necesitan, lo que se refleja en una pequeña bajada en su producción de leche.

Ventaja individual, pérdida colectiva

Pero introducir esa vaca más le salió muy rentable al ganadero emprendedor. Redondeando, ahora gana alrededor de un 9% más que antes, mientras que los otros 9 ganaderos pierden alrededor de un 1% cada uno.

Entonces, el ganadero emprendedor se pregunta ¿por qué no seguir incrementando mi ganado? Evidentemente en este pasto comunal no regulado, la mejor estrategia que puede seguir cada ganadero a título individual es introducir más vacas.

Si yo introduzco más vacas las ganancias son solo mías. Pero las pérdidas porque el pastizal no produce lo suficiente para más de 100 vacas, se reparten entre todos los ganaderos.

En cambio, si no introduzco más vacas, siempre corro el riesgo de que otro lo haga, cada vez tendré más pérdidas. Así, en este sistema no regulado, los ganaderos introducirán cada vez más vacas.

Pero el pastizal no puede alimentar a tantas vacas de manera sostenible. Finalmente se llega a un punto en el que hay tantas vacas que ni siquiera pueden sobrevivir. Además, el sobrepastoreo acabará destruyendo el pastizal.

Inercia sistémica

Pero para entender bien lo que pasa, necesitamos introducir otro parámetro en nuestro modelo: la inercia en el funcionamiento del sistema.

Supongamos que el pastizal mantiene una cierta inercia frente al sobre pastoreo. Aunque para ser sostenible en el tiempo ese pasto comunal solo puede mantener a 100 vacas, durante un corto período sí que puede mantener a muchas más vacas.

Supongamos que el pastizal puede sostener a 200 vacas durante 6 meses antes de colapsar. Imaginemos que en ese tiempo nuestro ganadero emprendedor introdujo 100 vacas.

Ahora tiene 110 vacas, mientras que los otros solo siguen teniendo 10. Durante esos 6 meses, nuestro ganadero emprendedor verá multiplicarse sus beneficios aproximadamente por un factor de 10. Al final es más rico que todos los demás ganaderos juntos, pero el pastizal colapsa.

Tragedia de los bienes comunales

En 1968, la idea pionera de William Forster Lloyd fue desarrollada magistralmente por el ecólogo Garrett Hardin, en su trabajo “The Tragedy of the Commons” que, publicado en la revista Science, terminó siendo uno de los artículos más influyentes.

El trabajo de Hardin dejó claro que en muchos aspectos nuestro mundo se parece en buena medida a ese pasto comunal.

La atmósfera, los océanos y gran parte de las aguas continentales y de la tierra firme son un bien común, en su mayor parte no regulado (o por lo menos no regulado hasta hace muy poco). Por ejemplo, cualquiera puede contaminarlos.

Y, al igual que en el caso del pasto comunal, la teoría de juegos demuestra que la mejor estrategia individual para una corporación empresarial es no invertir en prevenir esta contaminación. No gastar en medidas anti-contaminación te da una ventaja competitiva sobre quienes sí que invierten voluntariamente en ser más sostenibles.

Los dirigentes del mundo han confiado el destino de la especie a la mano invisible del mercado. Gerd Altmann en Pixabay.

Contaminar es rentable

Contaminar un bien común como la atmósfera sale a cuenta. Al igual que cuando introducimos más vacas en el pasto comunal, las ganancias de no gastar en la prevención de la contaminación son para quien contamina, mientras que las pérdidas en forma de aire y agua contaminadas, de calentamiento global, de eutrofización de aguas, etc., se reparten entre todos.

Sin embargo, algunos modelos matemáticos recientes sostienen que, como cada vez hay más conciencia medioambiental, dar una buena imagen de responsabilidad social corporativa a nivel medioambiental puede resultar rentable. Son modelos que tienen en cuenta la reputación.

Sin duda, en nuestro mundo la reputación es importante. Pero lo que realmente dicen estos modelos de teoría de juegos es que hay que dar una buena imagen.

Lo rentable es invertir en imagen, convencer a la gente de que no contamino y de que soy sostenible. No tiene que ser verdad. No tengo que invertir en conservación o sostenibilidad. No importa si contamino. Lo que importa es invertir lo suficiente para dar la imagen de que no contamino.

Ocurre en la realidad

Durante los últimos 30 años, nuestro grupo de investigación trabajó en la aplicación de microorganismos seleccionados para la detección en continuo de determinados contaminantes y su biorremediación o tratamiento.

Desarrollamos más de 50 proyectos de investigación medioambiental con empresas de todo tipo, desde grandes multinacionales de la energía, hasta empresas del sector nuclear, o de renovables, pasando por empresas de abastecimiento y saneamiento de aguas, empresas del sector agroalimentario, e incluso pequeños emprendedores tecnológicos arriesgados.

Por supuesto, nuestra experiencia no es estadísticamente significativa, pero observamos que, mayoritariamente, las empresas que invertían en prevenir la contaminación y remediarla lo hacían porque estaban obligadas por las regulaciones ambientales.

También colaboramos con empresas que tenían una elevadísima conciencia medioambiental y estaban realmente preocupadas por la conservación y la sostenibilidad.

Desafortunadamente hemos sido testigos, demasiado a menudo, de cómo estas empresas perdían en la competencia con empresas que minimizaban sus gastos en la prevención de la contaminación, cuando no engañaban escandalosamente. Muchos de nuestros colegas observaron fenómenos parecidos.

Un solo mundo

Pero una serie de think tanks neoliberales analizaron el modelo del pasto comunal agotado. Argumentan que esto no causa demasiados problemas. Solo se trata de un cambio de modelo productivo.

Los ganaderos tendrán que reconvertirse, dicen, y dedicarse a otra actividad para ganarse la vida. Y el ganadero emprendedor, que ganó mucho dinero, está en una posición excelente para desarrollar nuevas actividades y tal vez incluso de dar empleo a los otros ganaderos.

Sin embargo, podría ser una catástrofe si resulta que el único mundo que existe se reduce solamente a ese pasto comunal, los ganaderos y las vacas. Una vez que colapse el pastizal, se acabó todo.

En este punto conviene que retrocedamos en el tiempo hasta la Nochebuena de 1968. El Apolo 8 acababa de orbitar por primera vez la cara oculta de la Luna. De repente sus tres astronautas contemplaron lo que ningún otro ser humano podía siquiera haber imaginado.

La Tierra, vista desde la órbita lunar, fotigrafiada en 1968 por William Anders. NASA.

Planeta insignificante

La Tierra, nuestro hogar común, emergía destacando en azul y blanco sobre el horizonte de un paisaje lunar gris carente de vida. Entonces Bill Anders hizo una foto: se convertiría en la imagen que más nos enseñaría sobre quiénes somos.

La foto muestra la insignificancia de nuestro planeta, aislado en la vastedad desolada del espacio. Bañado por un flujo de radiación solar, es un lugar pequeño, limitado, con unos recursos finitos.

Todo lo que necesitamos tenemos que sacarlo de él. En nuestro modelo el pasto comunal, podía ser lo único que había en el mundo.

En la realidad la Tierra, nuestro planeta, es el equivalente a ese único pasto comunal. No hay nada más que la Tierra. No tenemos planeta B.

O controlamos urgentemente la quema masiva de combustibles fósiles, la contaminación, la deforestación, la eutrofización de las aguas continentales, la acidificación de los océanos, etc., y nos preparamos para luchar contra una ingente cantidad de problemas emergentes, o nuestro futuro podría ser muy limitado.

¿Estamos condenados?

El problema es que la Tierra tiene una gran inercia. Los mejores expertos en el clima aseguran que exceder las 350 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera es extremadamente peligroso. Y ya vamos por más de 416 ppm.

Pero si una máquina del tiempo trasladase a una colonia de humanos hasta el inicio de la gran extinción Pérmica, en el transcurso de sus vidas probablemente no notarían casi nada.

Harían planes de futuro, pensarían en sus hijos y en sus nietos. Sin embargo, aunque fuesen incapaces de darse cuenta, ya estaban condenados. A sus descendientes les tocaría sufrir a mayor extinción en masa que asoló a la Tierra.

Hay un consenso entre los expertos: el ritmo al que se calienta el planeta y se extinguen las especies es comparable cuanto menos al que se dio cuando la Gran Extinción del Pérmico.

Tomemos nota. Desafortunadamente no sabemos si todavía estamos a tiempo de añadir la coletilla “antes de que sea demasiado tarde”.

Cómo escapar de la extinción humana: artículos para entender lo que está pasando con el planeta

 

Bajo este epígrafe publicamos una serie de artículos que analizan de forma científicamente rigurosa la crisis planetaria en sus diferentes dimensiones, así como explican cómo afectará a nuestras vidas y el precio que habremos de pagar para escapar de la catástrofe que podría acabar con la vida en la Tierra.

Ofreceremos una visión completa de la problemática, siempre en clave divulgativa, que no solo expondrá los últimos conocimientos sobre biología y ecología, sino también las últimas aportaciones desde campos tan dispares como la neurobiología (intentando ver por qué nos comportamos como lo hacemos cuando destruimos nuestro propio ambiente), e incluso desde la economía más científica.

El objetivo de esta serie de artículos es que cualquier persona pueda no solo entender lo que está pasando, sino también, si así lo desea, comprometerse con el planeta con los conocimientos adecuados que le permitan trascender medidas meramente estéticas.

Como el cambio global que estamos sufriendo es extremadamente complejo, los artículos que intentan explicarlo van a ser relativamente complejos. Pero vale la pena esforzarse para entender el cambio global, ya que es algo extremadamente grave.

Para ello le invitamos a hacer un viaje largo y complejo, pero también divertido, a través de toda esta serie de artículos. Solo después de haber leído muchos de ellos estará en condiciones de entender bien lo que estamos viviendo como especie y de actuar en consecuencia.

 

EDUARDO COSTAS

 

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