La apertura del restaurante Sonata 32 ha estado sonando en los mentideros gastronómicos durante mucho tiempo. NH buscaba para su hotel más céntrico un chef de renombre. Se habló de negociaciones con chefs de toda la Comunitat Valenciana. Finalmente, el elegido para gestionar el espacio fue Miguel Barreda, propietario de Cal Paradis. Pero un giro inesperado acabó designando como titular a Carlos Monsonís (hasta entonces jefe de cocina en Relevante bajo las órdenes del propio Miguel Barreda).

Entrar en Sonata 32 te arrea una sorpresa mayúscula. Esperas el típico restaurante de hotel, sobrio y elegante, y te encuentras con un comedor que se parece mucho a una coctelería de moda. De hecho, en la misma planta y solo separados por unas puertas acristaladas, convive el restaurante y la coctelería que dirige Diego Cabrera (uno de los cocteleros más acreditados de España). Te imaginas entonces la típica comida informal de una coctelería: ceviches, tacos, tartares€ pero te traen una carta muy seria que mira mucho al mercado y te atiende un maître (Ezequiel Luna) que exhibe modos de escuela.

Toda la carta respira mucho mercado. Desde la sugerencias del día (donde aparece algo de marisco asequible a cualquier bolsillo) hasta los platos más ambiciosos de la carta, como una raya a la mantequilla de algas y alcaparras (sin duda el mejor pase del menú).

En Sonata 32 hay mucho producto y un buen cocinero que tiene técnica y buen gusto. Eso sí, Carlos debe aprender que no todos los platos necesitan la firma del cocinero. Parece obsesionado con que cada producto tenga un apellido. Y, a veces, menos es más. Ni su ensaladilla (que es muy buena) necesita de esos tacos de atún crudo que solo sirven para encarecer la receta, ni la ortiguilla (que lucía una fritura perfecta) soporta esa salsa romescu. Sería mejor reservar esa ambición de cocinero para los platos más sofisticados como esa raya (que es una gran receta) o el herbero (un postre a base de helado de tomillo, polvo de hierbas y gel de albahaca).

25 años de vida y 9 de oficio le han bastado a Carlos Monsonís para conseguir la titularidad de Sonata 32. El proyecto tiene sus dificultades. Está en una segunda planta sin acceso directo a la calle y tiene todas las servidumbres propias de un restaurante de hotel. Pero, ¡qué demonios¡ también cuenta con una infraestructura de primera y una plantilla bien formada que cobrará a final de mes pase lo que pase. Mientras los chicos de su edad se abren camino con tabernas contemporáneas donde se esfuerzan por destacar con propuestas económicas, él tiene a su disposición un Ferrari que sólo espera gas y destreza al volante. Esta es una oportunidad de oro que Carlos Monsonís debe aprovechar. No hay excusas.