Hay que comer en Jera para darse cuenta de que esto no es un bar murciano. Tampoco el gastrobar con ínfulas que uno suele temer cuando cocineros de postín abren espacios informales. María José Martínez y Juan José Soria han querido construir el bar que ellos desearían encontrar cuando uno sale a picotear con sus amigos. Un sitio de cocina sencilla pero digna, que utilice buen producto y evite los atajos que proporcionan los productos de quinta gama (tan cómodos como mediocres). Un bar de verdad que sirve desayunos, almuerzos y comidas y tiene, inevitablemente, un cierto acento panocho sin ser una oferta regional.

En Jera hay mucho tapeo. Algunas de esas tapas son buenas, como su marinera (una rosquilla cubierta de una ensaladilla y una anchoa). Otras necesitarían un poco más de inmediatez, como sus bravas o la propia tortilla de patata. Se prepara con la patata confitada y queda muy líquida en el interior pero sale con el centro demasiado frío como para ser apetecible. Llama la atención sus migas ruleras, tan diferentes de las manchegas. Se preparan con una masa de harina y agua y se trabajan en una sartén con abundante aceite durante hora y media. La mayoría de las tapas son de corte tradicional, pero en otras, Maria José no puede evitar darles un toque de modernidad. Convertir, por ejemplo, las croquetas en un bocado líquido y la sepia de callo en una especie de salazón al que llega cociendo el cefalópodo en el horno durante hora y media para luego salsearlo con una mahonesa de ajo, jengibre y dashi. Dos platos son obligados. El pastel de carne (un hojaldre relleno de carne picada) y el pollo a la cerveza. Dos recetas puramente murcianas que María José se trae de la mítica plaza de las flores murciana.

A mediodía Jera ofrece un menú que cuesta poco dinero. No es que uno quiera gastar más, es que con ese dinero hay que ajustar mucho. Lo mejor de él son los platos de cuchara. Por ejemplo, su cocido. Tiene similitudes con el tradicional puchero valenciano, pero cuenta con la presencia de una morcilla muy potente y con la particularidad de que los garbanzos se cuecen desde el principio con el resto de los ingredientes: espinazo de ternera y cerdo, repollo, nabo, chirivía y hubiera llevado también garreta si el precio del menú lo hubiera permitido.

En el barrio se ha corrido la voz y a la hora del almuerzo esta a reventar. Por 6 euros comes un buen bocata que marca una diferencia importante con los que se encuentran en la zona. No sólo porque algunos tienen su puntito de originalidad sino porque se preparan con un cariño que suele faltar en este tipo de ofertas.

María José y Juanjo empiezan con la inversión justa. El local no llama demasiado la atención y tiene algún problema con los olores. Lo primero a mí no me importa, lo segundo no creo que dependa de ellos sino del pésimo sistema de saneamiento del casco antiguo.