En realidad no es que no me guste, es que me gusta igual que no viajar. Y es que los viajes me divierten, me estimulan, me dan temas para reflexionar y me sorprenden. Lo que ocurre es que, a mí, todas esas cosas también me las da la vida cotidiana, así que siento que los viajes tampoco me merecen tanto la pena, no los necesito o no los disfruto tanto como otras personas. Aceptar esta parte de mí, lo reconozco, me costó. Fíjate qué cosas: me he sentido culpable durante tiempo por ello. He dicho y me he dicho muchas veces que me chifla viajar notando que, al hacerlo, algo no acababa de estar bien, no estaba siendo honesto.

Esta tensión no resuelta, la de no estar siendo plenamente sincero conmigo, la de no aceptarme, ha hecho precisamente que disfrutara todavía menos de los viajes, acentuando esa sensación de obligatoriedad que me pesaba y me enfadaba. Esto me sucedió hasta que acepté que, a mí, el turismo no me da tanto como a otras personas. No pasa nada, está bien.

Y desde ahí, desde la aceptación de mí mismo, la cosa ha cambiado. Escribo este artículo desde una playa de un país remoto en el que yo y mi pareja estamos pasando unos dias aprovechando la Semana Santa. Le encanta viajar y a mí me encanta que le encante, además, ella, que me conoce, con generosidad me lo pone muy fácil, por lo que el viaje está resultando fantástico.

Así que, si la primera lección que aprendí es que aceptarme me quita pesos, la segunda, y me parece la más importante, es que solo desde la aceptación puedo disfrutar de ser flexible con las necesidades de la gente que me rodea. Si no hubiera aceptado que a mí viajar ni fu ni fa, es posible que estos dias hubieran resultado un sacrificio y una carga difícil de disfrutar.

Desde la aceptación de mí mismo puedo tomar la decisión consciente y plena de hacer algo que no me gusta demasiado y sin embargo, y por eso, disfrutarlo a tope, porque no me ha sido impuesto ni autoimpuesto, lo he elegido yo, he decidido que salgo ganando y que voy a por todas.

Resumiendo, la aceptación de uno mismo es el camino para la armonía personal, sí, pero lejos de implicar rigidez («yo soy así y punto»), abre la maravillosa oportunidad de ser flexible y auténticamente generoso para dar y, también, para recibir. Gracias Laura por hacer de este viaje una experiencia tan maravillosa.