La adaptación de la obra de Alvin Schwartz llevaba desde 2011 criando polvo en la sala de proyectos de CBS. Ha tenido que llegar Guillermo del Toro y, muy especialmente, el éxito de la serie de televisión «Stranger Things», para que se materializara. Así, lo que era un compendio de leyendas urbanas independientes se vertebra entorno al arco narrativo un espíritu infantil incapaz de descansar en paz con el fastidioso propósito de que los demás tampoco lo hagan. Tirando de la inagotable fuente de la nostalgia como la serie de Netflix, la acción se sitúa en 1968. Es la recreación de este año, el de la ubicua presencia de un Mal encarnado por Richard Nixon, uno de los puntos fuertes del filme. Sus protagonistas, como la pandilla de Hawkins, también están lejos de ser los pimpollos treintañeros encarnando a adolescentes habituales del cine de terror convencional, sino personajes más cerca de la adolescencia acnéica. Siendo un libro cuyo éxito se basó más en las ilustraciones que en los propios relatos, se han seleccionado aquellas cuyos monstruitos resultan más afines estéticamente al universo de Del Toro. El filme es ideal como pasatiempo estival, pero el director André Øvredal nunca consigue encolar las diferentes historias en una narrativa interesante. Así, el espectador disfrutará de las historias por separado pero -mucho nos tememos-, le costará más gozar del filme en su conjunto.