En València nunca hubo chiringuitos, sino merenderos. Fueron míticos los de la Malva-rosa, pero los había repartidos en cada playa de nuestra geografía. Eran de una construcción endeble, siempre a base de madera y cañizo. Se montaban y desmontaban cada temporada y, hasta bien entrado el siglo xx, sólo servían bebidas y algún acompañamiento. Pero en algún momento nos debió de parecer más chic llamarles chiringuitos y acabamos importando el nombre. Vicent Escrivá nació en uno de esos merenderos. Se llamaba «El Clotal» y estaba en la playa de Oliva. Por eso, cuando hace un par de años se decidió a abrir este negocio lo llamó merendero, aunque es en realidad un restaurante en toda regla. Bastante informal, a cien metros del mar y con una amplia terraza, pero restaurante al fin y al cabo.

La carta es corta y las elaboraciones sencillas. Vicent confía todo el éxito al producto, que es bueno. Sobre todo el pescado, que es siempre fresco y de lonja. Tiene esa máxima que suelen seguir los buenos hosteleros de «no sirvo a los demás lo que no me comería yo». Y él es de paladar muy fino. No hay pescados en carta. Ofrece según traigan las barcas: dentón, lubina, rémol, atún€ Los prepara a la plancha y cuidando mucho el punto de cocción. Otra cosa son las guarniciones, que dan por completo la espalda a la temporada (brócoli y espárragos trigueros desentonan en pleno mes de agosto cuando las huertas rebosan de hortalizas).

Para lanzar el restaurante Vicent buscó la ayuda de Jordi Morera, uno de los mejores cocineros que ha parido esta tierra y que podría haberse convertido en una estrella de la cocina si hubiera querido. Pero no quiso. Escogió una vida más relajada como freeland, asesorando aquí, colaborando allá. La decisión es respetable, por supuesto, pero viendo lo perdidos que van algunos jóvenes cocineros pienso que Jordi hubiera sido un referente necesario para ellos. Se percibe su mano en los entrantes. Son muy buenas las cocas, de diferentes rellenos, y excelente el pulpo aunque el puré de patata cítrica sobre el que se servía era un fiasco considerable.

La carta es corta, pero hay muchas sugerencias fuera de ella. Pescado frito, clóchinas y mucho marisco gallego. Merendero Quimera es un buen restaurante de playa. Producto fresco, cocina correcta y precio razonable. No hace falta más para acompañar un día de playa. Pero eche de menos un poco más de identidad en la cocina. Me sorprendió que un tipo que exhibe un cerrado acento de La Safor no le diera un toque más local a la carta. Sentado en el café, me confesó que también hacían empanadillas fritas, pulpo seco y otras especialidades de la zona que salían como sugerencias fuera de carta. A mí no me las ofrecieron. Me fui con la duda de si el encargado se cansó a mitad de la lista.