Aviso a navegantes: esta no es solo una serie sobre adolescentes. Un fenómeno de masas, una droga visual y un análisis trascendental de la Generación Z. Todo eso es «Euphoria», la serie del momento. La crítica especializada la ha llamado la producción televisiva de 2019. Es decir, que esta serie está por encima de «Chernobyl» y de «Juego de tronos». Desde mi punto de vista, una exageración. Pero es entendible. «Euphoria» ha supuesto una inyección de adrenalina para aquellos jóvenes que no han encontrado referentes a los que aferrarse. Pero también ha supuesto una guía para aquellos adultos que no comprenden por qué estos adolescentes viven como lo hacen: inmersos en las redes sociales, echando mano de citas a ciegas, consumiendo bebidas alcohólicas de colores y hablando de sexo desde los 12 años. De hecho, es la primera producción televisiva que se ha atrevido a mostrar toda la realidad de estos marcianos digitales, y no solo en referencia al formato. La nueva hornada de adolescentes tiene una concepción muy diferente del amor, de la familia y del éxito que la generación anterior. HBO es quien se ha arremangado la camisa para contar ese sirope fluorescente, y para ello ha contado con Sam Levinson, el director del filme Nación Salvaje (2018). Series como «Skins», «OC» o «Por trece razones» dieron los primeros pasos en el retrato de esta nueva generación, pero «Euphoria» ha dado un salto al vacío.

La producción cuenta la historia de Rue, una joven de 17 años que sufre ataques de pánico y ansiedad derivados de un Transtorno Obsesivo Compulsivo (TOC). Se refugia en las drogas, que le hacen aislarse aún más de la realidad. Después de unos años de consumo exacerbado, se ve obligada a ir a rehabilitación. A su vuelta, se encuentra con el mismo panorama que siempre, aunque hay una novedad: ha llegado una nueva alumna al instituto, Jules, una joven enigmática y desorientada. «Euphoria» es rica en escenas en las que se practica sexo y se consumen drogas, por ello no es apta para remilgados. La serie nos hace dar de bruces con la realidad.

HBO se ha arriesgado con esta producción, que no hubiera triunfado ni por asomo en la televisión generalista. Ni por su contenido, ni por sus planos psicodélicos y preciosistas. La purpurina es un constante en esta serie. La intención es reflejar que pese a la desesperanza de esta generación -paro, precariedad y los contras de la comunicación en las redes-, sus recursos creativos son infinitos. Al final, la serie es una oda a la amistad y a la autodeterminación. Una obra maestra de una cadena de streaming que lleva una racha excelente. «Chernobyl», «Years and years», «El cuento de la criada», «Pose», la precuela de «Juego de tronos»... A HBO no le queda mucho que hacer. Incluso ha contado la vida de Jesús Gil. ¿Sugieren algún reto más?