A veces, con la mejor de las intenciones, presionamos a otras personas a las que queremos bien para que hagan aquello que consideramos que es lo mejor para ellas.

Actuamos como el maestro samurái de este cuento: ..que llegó con su discípulo a una desolada cabaña de apariencia muy pobre y se acercó al padre de la familia que allí vivía para preguntarle: «En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni comercio, ¿cómo hacéis para sobrevivir? El padre respondió: 'nosotros tenemos una vaca que da unos pocos litros de leche al día. Una parte la vendemos y la otra nos la bebemos, y así es como vamos sobreviviendo'. El sabio agradeció la información, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: 'Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allí y empújala por el barranco'. El joven, espantado, le respondió que la vaca era su único medio de subsistencia. El maestro no contestó y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden. Tiempo después el joven decidió regresar a aquel lugar para confesar a la familia lo que había sucedido y pedirles perdón. Al llegar vio una bonita casa rodeada de frondosos árboles frutales. Encontró al padre y le preguntó '¿Cómo lo has hecho para prosperar?' El señor entusiasmado le respondió: 'Nosotros teníamos una vaca que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de cultivar la tierra y fabricar utensilios para vender a las personas que de camino pasan por aquí, nos ha ido muy bien y gracias a ello hemos logrado salir de la pobreza'.

La moraleja de este cuento tiene que ver con la archi-repetida hasta la saciedad zona de confort, y viene a decirnos que, a veces, aquello que nos sostiene es aquello que nos limita. El cuento da a entender también que si ves a alguien limitado por su zona de confort es buena idea empujarlo a que salga.

Este conocido cuento se puede contraponer, sin embargo, a este otro que dice así: Un buen día, un mono, que jamás había salido de la selva en la que vivía y no conocía más animales que los de su alrededor, decidió salir a pasear y llegó hasta un río. Se quedó asombrado por su belleza hasta que un pez emergió del agua y lo sobresaltó. Como nunca había visto a un animal respirando bajo el agua, creyó que se trataba de una extrañísima especie que había caído al rio, se estaba ahogando y daba saltos desesperados intentado escapar. Así, no dudó ni un instante y se puso a correr paralelamente al río, siguiendo al bicho que se ahogaba. En cuanto tuvo oportunidad se subió a un tronco que cruzaba la corriente y logró atrapar al pez y rescatarlo. 'Estoy salvando a este pobre bicho de morir ahogado', se dijo. Pero al cabo de pocos minutos, con mucha pena, el mono vio como el pez moría en sus manos. 'Lo he rescatado demasiad tarde', pensó.

En muchas ocasiones, con la mejor de las intenciones, intentamos ser samuráis y hacemos o decimos cosas para convencer a los otros para que cambien. Pero hacerlo sin esforzarnos en comprender al otro, sin empatía, sin asumir que el otro la puede encontrar la felicidad en un lugar completamente diferente al lugar donde la podemos encontrar nosotros, nos puede llevar a dañar mucho a la persona a la que queremos ayudar.

Llevemos cuidado para que, por querer ser samuráis, no nos convirtamos en monos. Ayudar es sobre todo escuchar y hacer el esfuerzo de comprender y aceptar al otro. Ayudar es facilitar que el otro decida si realmente quiere o no matar a su vaca y actúe en consecuencia. Y eso es el coaching.