Soltar algo que tenemos muy arraigado en nuestras entrañas, una creencia tan profunda que, prácticamente, se ha adherido a la piel, es muy difícil. Porque, como anticipaba, requiere de un gesto de difícil elección, a lo que me gusta llamar «mudar de piel». Curiosamente, la mera observación de nuestra naturaleza nos muestra que estamos viviendo constantemente dicho proceso de forma sutil: nuestra piel se renueva cada relativamente poco tiempo, y va dejando arrugas visibles, como cicatrices de experiencias vividas. Pues bien, lo mismo sucede cuando «mudamos de piel».

Concederse el perdón a uno mismo es una de las formas de «mudar de piel» que, a mi modo de ver, es algo infrecuente. Ello requiere que reconozcamos previamente nuestra responsabilidad, como es lógico. Cada vez que nos sucede algo indeseado tendemos a señalar la intervención externa, antes de darnos cuenta de que nada nos habría podido suceder si no nos hubiéramos expuesto a ello. Por ejemplo, en un trabajo pueden hacernos mobing, y nosotros elegimos aceptar ese trabajo. Pueden traicionarnos a nivel sentimental, y nosotros escogimos confiar en la persona que nos ha fallado. Pueden negarnos afecto, y nosotros lo hemos pedido, buscado o anhelado. Cualquier vivencia que tengamos pasa, de alguna manera, por que nos coloquemos en la posición de vivirla. Por eso, si empezamos por entender que somos nosotros mismos los que hemos sido, al menos parcialmente, responsables de las acciones cuyos efectos no deseamos, podemos pasar a la siguiente fase. Y la siguiente fase no es otra que querernos de verdad (es decir, aceptarnos tal y como somos, con nuestras luces y nuestras sombras), como paso previo, y necesario, para poder perdonarnos.

De hecho, ahora mismo acabo de pagar la factura de un manitas al que pedí que me arreglara el aire acondicionado pese a que, tal y como él mismo temía, no sirvió de mucho. Después de su infructuosa labor, tuve que llamar al servicio técnico, a quien también he tenido que pagar por un servicio, al menos esta vez, exitoso. La situación no me pone contenta, preferiría no tener que pagar al manitas, pero... ¿es suya o mía la responsabilidad de haberme encontrado en la situación de tener que llamar al servicio técnico y pagar dos facturas? Lo fácil sería hablar de su incompetencia para no pagarle, porque el resultado de su intervención no fue satisfactorio. Sin embargo, en un análisis más fino de la situación, ¿quien decidió llamarle sabiendo que era un manitas y no un especialista? ¿Estuvo intentando solucionarlo y fue honesto cuando señaló que no veía claro que hubiera podido arreglarlo? Para mi, está claro que en esta historia, si necesito perdonar algo, en todo caso, será que yo no haya acertado con mi primera propuesta de solución...

Lo mismo sucedía en el caso de un cliente cuyo socio había cobrado indebidamente cantidades al margen suyo. En aquel caso, habiéndole escogido como socio, y sospechando que cobraba algunas cantidades por su cuenta, no le había pedido que le rindiera cuentas mucho antes de que la situación se volviera desagradable. Cuando mi cliente entendió su parte de responsabilidad, y se perdonó a sí mismo, se liberó de la rabia que le producía «lo que había hecho su socio» (o, como llegó a verlo después, «haber contribuido a que aquello sucediera»).

Del mismo modo que perdonarse a uno mismo supone «mudar de piel», pretender que sean los demás quienes nos perdonen es algo tan poco liberador como cubrir con una capa una deformidad: seguimos sabiendo lo que oculta dicha capa. Es decir, como si uno mismo estuviera privado de tal capacidad, pedir a los demás que nos perdonen resultará totalmente inútil si genuinamente no nos perdonamos nosotros mismos. En este caso, acabamos pidiendo a los demás algo que, realmente, sólo podemos darnos nosotros mismos, y nos convertimos en mendigos insatisfechos por nuestra falta de auto-compasión interior. Sólo cuando nos perdonamos a nosotros mismos se produce el fenómeno de «mudar de piel», pues nos liberamos gracias a la version más esencial de la aceptación: el amor hacia uno mismo.

Y para concluir, al contrario de lo que siempre había pensado, la frase «perdono pero no olvido» tiene un cariz bastante interesante. Eliminada de la ecuación la idea de perdonar a terceros, y al sostener que el perdón se da a uno mismo, «no olvidar» representa esa cicatriz que nos recuerda nuestro aprendizaje. Con suerte, al menos en similares circunstancias, la cicatriz nos recordará que la vez anterior acabamos «mudando de piel» y, tal vez, consigamos evitar una nueva cicatriz.

Por cierto, ahora que he aprendido como «mudar de piel», me siento mucho más radiante....