Nunca la apertura de un bar tuvo el eco mediático que consiguió el Bar Mistela cuando inauguró hace apenas cuatro meses. En pocas semanas ha conseguido posicionarse en los buscadores digitales por encima incluso de algunas casas míticas. Contaba para ello con el respaldo de un cocinero muy conocido, Sergio Giraldo, y un grupo empresarial de referencia encabezado por Rafa Recuenco e Israel Baquero (quienes fueron ideólogos e impulsores del Marina Beach). ¿Esta justificado tanta fanfarria? Según como lo veamos. Si llegamos esperando una de esas barras de lujo al modo de Rausell o el Bar Richard, desde luego que no. Aquí hay una cocina más que decente, pero esto no es un templo del producto. Sin embargo, ahí está, precisamente, lo realmente destacable del Bar Mistela. Es un bar de barrio, que se monta con las ambiciones y la estructura de un negocio hostelero en toda regla. Como esos que proliferan en el centro de la ciudad. Con una decoración interesante y una iluminación agradable. Alejado del sopor y la falta de entusiasmo habitual en los barrios periféricos.

Sergio es un cocinero de grandes cartas y platos creativos. Dirigió la cocina de Q Tomás y ahora está preparando la apertura de La Sastrería. Se tratará de un restaurante gastronómico con un espacio informal a modo de bistró, donde cuenta también con el respaldo económico de Recuenco y Baquero. Mientras se acaba la reforma de La Sastrería, permanece al frente de este bar donde tiene como jefa de cocina a su esposa, Elena Tincu.

La carta navega entre las tapas clásicas del bar español, tratadas desde la perspectiva de un cocinero muy bien formado, pero sin entrar en los defectos del gastrobar. Quiero decir que si Sergio se plantea hacer unas bravas, las prepara como se han preparado siempre y les pone una salsa hecha por él con un toque personal. Pero no acudirá al sifón ni a otros recursos fáciles para intentar sorprender a un cliente que no quiere fuegos de artificios sino platos sabrosos. Nos planta con descaro unas albóndigas de toda la vida, pero nos las prepara con carne de vaca vieja (sin que luego el precio sea un destarifo). Propone una sepia con mahonesa, hecha con una sepia de cayo, pero se toma la molestia de montar él mismo la mahonesa en cada servicio. Los ciclos del producto es algo que Sergio se toma muy en serio. Cada día preparará una ensaladilla nueva, el morro se fríe al momento (como los torreznos y el rabo de cerdo). Me gustó el pulpo, que se pasa por la brasa antes de servirlo y me hubiera gustado más la ventresca de atún en escabeche si ese adobo no estuviera un poco subido de naranja. Insisto en que aquí, gracias a Dios, no van de gastrobar. Por eso te plantan sin complejos platos de cuchara como unas lentejas estofadas con patatas y napicol, unas alubias con su compango o una caldereta de ciervo. También bocatas de siempre, como ese pepito valenciano relleno de pisto, rebozado y frito, que me recordó a los que merendábamos en casa las tardes de cuaresma.

En València lo habitual es encontrar en los bares periféricos a profesionales que viven el oficio con más pena que vocación. Como si de un castigo se tratara. Por eso encontrar un bar como éste, gestionado por tipos jóvenes con ganas de emprender y hacer bien las cosas, me parece un regalo para el barrio que los vecinos han sabido valorar. Vayas cuando vayas, siempre hay gente. Normal.