Estos días me hallo inmersa en la preparación de un taller sobre habilidades de liderazgo para un grupo de profesionales que aspiran a ser socios de una consultora. Una de las habilidades que les propongo es la de desarrollar el autoconocimiento, como paso indispensable para el autoliderazgo. Tradicionalmente se viene asociando la idea de liderazgo a una responsabilidad que se proyecta hacia afuera, sobre las personas que gestiona quien se supone que lidera. Sin embargo, el liderazgo empieza con la propia autogestión, buscando la mejor manera de sacarse provecho a uno mismo. Y esto aplica a cualquier forma de liderazgo, pues no sólo se ejerce el liderazgo en el entorno profesional, sino también en entornos personales, como la familia o los amigos.

Por eso, encuentro muy interesante el análisis que se puede realizar sobre las fortalezas que cada persona presenta. Muchas veces mis clientes me preguntan si tienen que desarrollar tal o cual capacidad, y yo siempre les digo que depende. Las capacidades no son buenas o malas en sí mismas, sino útiles o inútiles para lo que se quiera conseguir. Y en ello, en que devengan útiles, tiene mucha importancia el grado en el que se ponen en práctica, ya que lo importante es hallar el punto de equilibrio para cada situación.

Tomemos como ejemplo la sinceridad. Conozco personas a las que les cuesta ser sinceras, y se acaban metiendo en líos. Ello puede deberse a razones muy variadas, como tener poca destreza a la hora decir que «no», porque temen herir a los demás, porque no quieren mostrarse o por otro tipo de razones. Esas personas no acaban satisfechas con lo que consiguen, ya que no se ajusta a lo que ellas realmente necesitan.

Igualmente, conozco personas que, haciendo alarde de su sinceridad, como si el mero hecho de ser sinceras justificara cualquier manifestación por su parte, también acaban metiéndose en líos. Son, por ejemplo, esas personas a las que cuando les comentas que no parecen interesadas en lo que les cuentas, te responden con tranquilidad que es verdad, que no lo están; o también pueden ser personas que te dan opiniones que no has pedido. Y, claro, te pueden destrozar, cuando tampoco era lo que pretendían. Por tanto, ¿la sinceridad es buena o mala? Pues como todo, en su justo punto puede ser muy útil, dependiendo lo que se busque.

A mi me pasa con la energía. Yo tengo energía a borbotones, lo cual es muy útil para dinamizar los fregados en los que me meto. Sin embargo, he ido aprendiendo (no sin esfuerzo) que, si me paso, puedo arrollar a otras personas que van a un ritmo más tranquilo o, incluso, puedo no dejarles suficiente espacio para que hagan sus aportaciones. Y en absoluto es lo que deseo. Como veis, es habitual que, aquello que asociamos con una fortaleza nuestra, lo sobreutilicemos y nos pasemos de la raya. La solución tampoco está en inutilizar nuestra capacidad y dejarla de poner en juego. Efectivamente, permitidme que insista, lo «bueno», o mejor dicho, útil, respecto de cualquier capacidad es encontrar el punto de equilibrio en el que podamos afirmar que se cumple la maravillosa regla de «ni tanto, ni tan calvo».

Por eso, sabiendo que el autoliderazgo es indispensable para construir relaciones sanas con otras personas, me pide el cuerpo preguntarte: Y tú, ¿cómo sobreutilizas tu mayor fortaleza? La diferencia puede ser enorme graduando tan solo ligeramente el uso de nuestras habilidades...