Si el otro día quería recalcar la importancia de saber decir que «no», paradójicamente, para no lastimar a la persona a la que herimos por nuestro silencio, hoy toca rectificar. Y no es una rectificación de concepto, pues sigo sosteniendo que un «no», hasta para quien lo recibe, tiene un componente liberador deseable en las relaciones. Sin embargo, hoy el corazón me pide hablar de esas «buenas razones» que, pese a ser desconocidas para nosotros, podemos presumir.

En mi anterior artículo expresaba mi frustración por no haber tenido una respuesta explícita de negativa ante un proyecto que habíamos presentado. También mencionaba la conversación que quería tener con la persona implicada sobre el valor que hubiera tenido para mí que explicitara aquel «no», en lugar de su silencio atronador. Pues bien, ahora que ya he tenido la maravillosa oportunidad de conversar con la persona implicada, quiero remarcar que había una razón. Una razón desconocida para mí y que podía haber asumido en la ecuación de nuestras conversaciones inexistentes. Una buena razón.

Sin necesidad de entrar en detalles que no vienen al caso, es importante ser conscientes de que, cuando una conducta de otra persona nos resulta incómoda, es fácil que responda a una explicación que podríamos legitimar y comprender. A menudo, me encuentro ante personas que expresan su desconcierto o desagrado por comportamientos de otras personas que no entienden. La vía rápida es la de observar dicho comportamiento emitiendo un juicio de desaprobación y consiguiente rechazo. Sin embargo, estamos obviando que tenemos lagunas de información sobre lo que están viviendo o necesitando las personas con las que nos relacionamos. Ante dichas lagunas podemos utilizar el recurso rápido de rellenarlas con juicios del tipo «es impresentable», «es una mala persona», o incluso, «no le importa como me siento». Sin embargo, la realidad suele quedar bien lejos de todas esas duras consideraciones. Cuando alguien nos hiere, rara vez lo hace con la intención explícita y determinada de querer herirnos. Puede que su disposición emocional esté afectada por circunstancias que desconocemos y, sin pretenderlo, nos hiera.

Por eso, desde aquí hago un llamamiento a rellenar esas lagunas con una creencia muy poderosa que, si queremos, puede dar plena satisfacción a nuestro desconcierto: «alguna BUENA razón habrá». Ello no impide que, si se da la ocasión, también podamos expresar la frustración vivida y señalar que hubiéramos preferido encontrarnos ante otro comportamiento, pero seguro segurísimo, si nos apoyamos en la creencia que os he brindado, nuestra propia disposición emocional cambiará.

Como última reflexión, apoyarse en la creencia de que «alguna BUENA razón habrá» permite que nos alejemos de nuestras propias y dolorosas ideas y prejuicios. Humberto Maturana sostenía que «quien no puede cambiar de opinión ni de idea, porque no está dispuesto a revisar los fundamentos de lo que dice, se vuelve un fanático»; y dicho esto, ¿quién quiere ser un fanático?