Quique Barella reaparece. De nuevo. Esta vez en Balandret. Después de su frutado paso por Torreta (que echó el cierre hace unos meses de manera súbita y sorpresiva) vuelve a ponerse el delantal. En esta ocasión parece haber aparcado cualquier intención de retomar la cocina de autor. Viene para poner en marcha un comedor enorme donde un día de lleno pueden pasar 300 personas en un horario que se extiende ininterrumpidamente entre las 13:00 y las 23:00 horas. Se trata de un comedor diáfano que se extiende a un terraza que sigue sumando metros al restaurante.

Una decoración cálida y unas mesas muy bien vestidas, intentar generar un buen ambiente pese a las dimensiones del local. En el plato, cocina de aquí que, sin apenas entrar en el terreno de la creatividad, cuenta con un toque personal. Quique Barella apenas ha aterrizado pero ya ha incluido en la carta platos muy suyos como los mosquitos. Se trata de una especie de cigala pequeña y de cuerpo rechoncho que fríe completamente para comerlas sin pelar. Las recomiendo en dosis pequeñas. Un par hacen gracia, pero cuando comes más de tres te acabas cansando de esa textura un poco incómoda de masticar. De su cosecha son, también, las vieiras con cremoso de patata trufada y virutas de jamón; las ostras guillardaux que se sirven con aceite, sal, pimienta y toques de especias asiáticas y también un magnífico steak tartare.

Quique lo prepara de una manera muy sobria. Sólo con sal, pimienta, yema de huevo, pepinillo, tabasco y mostaza. Guardando todo el sabor de la carne picada a cuchillo. Luego lo presenta sobre un tuétano de ternera que ayuda a subir el sabor de steak. Además de estos platos, que son lo más interesante del restaurante, la carta exhibe una colección de platos que comparte lugares comunes con cualquiera de los locales que se suceden en el paseo de Neptuno. Pero aquí muy bien hechos. Ejemplo son el all i pebre, muy delicado, y las croquetas de bacalao, de sabor intenso y rebozado crujiente. Hacer lo de siempre mejor que nadie motiva poco a los cocineros de hoy en día pero es el camino más directo para ganarte al cliente fiel que repite varias veces al año en el mismo restaurante.

Los arroces en Balandret

También son buenos sus arroces. Se preparan con fondos sabrosos y sinceros, pero ganarían si Quique Barella eligiera el grano adecuado. Sólo algunos platos presentan algún pero a causa de un producto que no estaba al nivel del resto de la carta. Ocurre por ejemplo, con el calamar, o incluso con unas gambas que acompañaban a unos rebollones estofados. Que fuera lunes puede explicarlo, pero no justificarlo. El plato cuesta lo mismo que un domingo.

Si en pleno mes de agosto, con el restaurante a tope y la plantilla sometida a estrés, un turista londinense come aquí la mitad de bien que yo lo hice, volverá a su país con una imagen muy grata sobre la cocina española. Ese es el verdadero reto de Quique Barella en Balandret. Demostrarnos que con oficio y moderando las ambiciones económicas del empresario, se puede ofrecer una comida de calidad en espacios de mucha envergadura.

LO MEJOR. Comer bien en un local de estas dimensiones no es fácil.

LO MEJORABLE. Algunos platos donde el producto debería mandar con más calidad.

LO IMPRESCINDIBLE. Ser capaces de mantener este nivel en los meses de verano con el comedor hasta los topes.

Precio medio: 40 euros.

¿DÓNDE? Passeig de Neptú, 22,

tlf: 963 81 11 41