Rubén Lardín ha aceptado la propuesta. Autor del libro El futuro de nuestros hijos (está a la venta en vialofdelicatessens.blogspot.com), el escritor, guionista y crítico cinematográfico de Urban se pregunta por el cine y se responde con rodeos.

Parece mentira que el cine dé tanto que hablar, incluso con uno mismo.

Es que es una dimensión simultánea a la que asistimos de manera pasiva. Para activar una película hay que ponerla en relación con la experiencia real. Eso si convenimos que la realidad existe, claro, lo cual sería mucho convenir.

Pero convendremos que la realidad es más importante que el cine.

De eso nada. El cine es una tontería pero la realidad es un fraude, una alucinación efímera.

¿Será verdad entonces que el cine es más grande que la vida?

Tampoco es eso. Incluso la vida es más cinematográfica que el cine. El cine ni siquiera es la vida. De hecho, en su naturaleza fantasmagórica hay algo que a veces lo hace parecer todo lo contrario. La música es el instante, la poesía es el instante, el cine no, el cine es transcurso, suspensión, otra cosa.

Un misterio.

Y un vampiro. Que a veces te lleva en volandas pero que por lo general te escatima tiempo. Por eso en el cine siempre ha sido aconsejable meterse mano, para meterle vivencia, para hacer de él un lugar clandestino, una zona de secretos y respuestas.

Me pregunto si el ánimo de uno dicta la crítica.

El ánimo define la crítica antes que la película, sin duda, aunque la película puede modular el ánimo. Películas buenas o malas no hay. Las hay honestas, mediocres, singulares, mamarrachas y hasta francesas.

En el libro se dice que algunas quitan problemas.

Y hasta penas de gravedad. En términos neurológicos, el impacto de la ficción puede ser el mismo que tiene en nosotros la experiencia, aunque las repercusiones sean distintas.

Y todas sirven.

Las penas son todas útiles. Las películas, si no todas, al menos cualquiera. Cuando se está vivo todas las canciones hablan de uno. Todo repara, todo es analgésico.

Y en especial el terror.

Fue el primer cine que me interesó, su mera existencia me generaba el mayor y más intolerable de los deseos. Encauzaba unas inquietudes y me las devolvía mansas. Al menos por un rato.

Yo creo que lo mejor del cine es entrar al cine y luego salir del cine.

Así es. Y los desnudos. Todo lo demás es paja.