El miedo es un mal compañero de viaje. El miedo es un buen compañero de viaje. Vamos a ver, ¿pero cual es la verdad? Pues depende. El miedo es una de las emociones universales e ineludibles que experimentamos los seres humanos, y garantiza nuestra supervivencia. Sin embargo, también puede, llevado al extremo, «acabar» con nuestra vida, si nos ciega y nos paraliza. El miedo aparece cuando existe alguna clase de amenaza o riesgo y somos conscientes de ello y, esencialmente, podemos ubicarlo en tres posiciones: Delante, detrás o al lado nuestro.

Estos días, que he tenido la suerte de esquiar, he rememorado la evolución de mi miedo a las placas de hielo y me sirve para explicar casi todas estas posiciones.

1.- El miedo por delante: Este es el miedo que desarrollé de niña a raíz de mi primer contacto con el hielo en las pistas. Al ver que existía una superficie sobre la que los esquís no se agarraban, me horroricé, me quedé petrificada y me puse bien delante el miedo al hielo. Eso se tradujo en que, cada vez que me encontraba ante placas de hielo, me quedaba paralizada, me echaba a llorar y no podía bajar las pistas por mis propios medios, para pesar de algunos de mis primos que tenían que «rescatarme». Ponerse el miedo por delante implica que sólo vemos el peligro, la dificultad (en mi caso, el riesgo de no poder parar de deslizarme sobre el hielo y despeñarme). En estos casos, nos resulta imposible identificar las posibilidades de minimizar el riesgo, los recursos que tenemos (o podemos pedir) para protegernos frente al riesgo, de forma que la reacción física es la de parálisis. Esto puede suceder también cuando proyectamos una situación futura deseada y conectamos con el miedo, al pensar en un riesgo presunto que atribuimos a esa situación (el clásico «¿y si...?»). Si en estos casos llevamos el miedo delante, es altamente probable que no propiciemos la situación en cuestión, por mucho que la deseemos. No me parece una forma muy útil de utilizar el miedo.

2.- El miedo por detrás: Este miedo no me representa en mi comportamiento ante el hielo en la pistas. Vendría a ser la desconexión total con la noción del riesgo ya que, al llevar al miedo detrás, no lo vemos y no puede cumplir su función. Debe de ser lo que les sucede a los principiantes que se lanzan por cualquier clase de pistas, que se embalan y acaban embistiendo a otros esquiadores a los que, a veces, lesionan gravemente. Ésta tampoco me resulta una manera útil de relacionarse con el miedo, pues no cumple su función, que es la de garantizar nuestra supervivencia.

3.- El miedo al lado: Actualmente es como vivo las placas de hielo: les tengo respeto y, por eso, me preocupo de llevar los cantos de los esquís bien afilados y, además, he aprendido que conviene no intentar detenerse ante ellas, sino atravesarlas lo más rápido posible, buscando una superficie sin hielo más adherente en la que detenerse. En definitiva, poniéndome al miedo al lado, veo el riesgo, puedo dotarme de recursos para minimizarlo lo máximo posible, y me siento plenamente capaz de afrontarlo y superarlo. Cuando tenemos el miedo al lado podemos «conversar» con él, teniendo una perspectiva de riesgos y recursos simultáneamente. De este modo, regulamos la intensidad de la emoción para que nos proteja y no nos paralice. Ésta me parece la manera más útil de relacionarnos con una emoción que cumple la importantísima función de garantizar nuestra supervivencia.

La buena noticia es que, muchas veces, podemos conseguir colocarnos el miedo al lado. ¿Cómo? Pues sencillamente dando respuesta, cuando aparece el miedo delante nuestro, a la pregunta siguiente: ¿qué recursos tengo para afrontar ese riesgo? Si la respuesta que damos nos ofrece recursos, nos habremos puesto el miedo al lado, y afrontaremos riesgos con prudencia. Para evitar caer en la respuesta rápida de que no haya recursos, os invito a que si la primera respuesta es «ningún recurso», os retéis con la siguiente pregunta adicional: «y si hubiera algún recurso... ¿cual sería?». Muchas veces en esa segunda ronda es cuando conseguimos ponernos el miedo al lado, evitando que se quede delante y que nos paralice.

Dicho esto, tú, ¿dónde llevas el miedo?