Hay elecciones que te cambian la vida. O ayudan a cambiarla. El destino quiso que un buen día Cristina y Miguel Ángel se conocieran en la Facultad de Bellas Artes. Y que él, porque ella era la única chica de tercero que hacía cómics, le ofreciera formar parte de su grupo para hacer fanzines. Una concatenación de hechos les llevó, en quinto, a crear juntos LaGRÚAestudio. El destino, o porque estaban predestinados el uno al otro, les condujo a que ocho años después se enamoraran. Un buen día, y porque la vida les empujaba hacia ello, la pareja de dibujantes decidió formalizar su unión y casarse. La vida, el destino o, por qué no, su empecinamiento, les llevo a formar junto a Laia y Selam una familia. Y, su compromiso social, a publicar junto a Laura Ballester la novela gráfica «El día 3», sobre el accidente de metro que, el 3 julio de 2006, segó la vida de 43 personas, hirió de gravedad a otras 47 y resquebrajó a centenares de familias. Esa obra, nacida para dar voz a los silenciados, fue la que precisamente aupó a Cristina Durán y Miguel Ángel Giner el pasado mes de noviembre hasta el Premio Nacional del Cómic 2019. Un premio que, por cierto, aún no han recogido.

Hoy, como otras muchas parejas, Cristina y Miguel Ángel bromearán sobre San Valentín y sobre todo lo que esta efemérides comercial supone. «Nosotros somos de demostrárnoslo todos los días», lanzan mientras, con una complicidad envidiosa, exhiben su amor. Porque la suya, como han compartido en algunas de sus novelas, es una historia de amor en mayúscula. Hacia ellos, hacia sus hijas, hacia el arte, hacia la sociedad... hacia la vida. «La nuestra es una historia de aguante total», bromean. «Y sí, también discutimos mogollón», rien. En Una posibilidad entre mil, los ilustradores se vieron «empujados» a compartir con los lectores los problemas de su hija Laia al sufrir un derrame cerebral al nacer y con ello visibilizar la discapacidad - «la de nuestra hija no es una historia dura, es una historia positiva», apuntan- y, en La máquina de Efrén, mostraron cómo había sido la adopción de la niña etíope Selam. «Nos interesan las historias autobiográficas o historias con un cierto compromiso social», afirma Cristina quien utiliza su profesión como parte de su activismo. Pero también, reconoce, hace «trabajos de encargo». La generosidad de Cristina es tal que, hace solo unos días, compartió con sus seguidores una viñeta en la que explicaba su lucha contra el cáncer de mama.

En Benetússer, donde tienen su estudio, el matrimonio comparte espacio con otras once personas. «Para no saturarnos nos gusta la sensación de compartir espacio con otros porque nos da la vida. Aunque queramos dejarnos el trabajo en el estudio y separar una cosa de otra es muy difícil. Sobre el trabajo, quieras o no, giran muchas cosas» apunta Miguel Ángel al que ,a día de hoy, el cómic, entre otras cosas, le aporta «libertad». Y eso «no tiene precio». Sobre el actual momento de la ilustración, la pareja coincide en que «por fin» se está reconociendo un arte que a ellos les fascina «desde siempre». «Es gratificante que la gente reconozca lo que nosotros llevamos valorando desde hace quince años. Mola que se den cuenta de que el cómic es un medio que puede contar igual de bien las cosas que la literatura o el cine», afirma Miguel Ángel . Eso sí, a ambos les inquieta que «tanta ilustración» cree «una burbuja» y la calidad del producto se resienta.

Ahora Cristina, la niña que fantaseaba con emular a los autores de los tebeos que leía en casa de sus tíos, y a la que sus compañeros de cole conocían como «la de los dibujos», es quien cuenta la vida en viñetas y la referente para miles y miles de niños. Y lo hace, junto a Miguel Ángel, con una premisa: «Dar voz a causas dignas y que merecen ser escuchadas». Ellos, por su compromiso, son una pareja de premio. Con mayúscula.