València se convirtió el lunes por la noche en el epicentro de la gastronomía Española. Bittor Arginzoniz, el mejor parrillero del mundo, visitaba Llisa Negra para cocinar junto a Quique Dacosta en las brasas del restaurante. El reclamo era, tanto como la presencia de Bittor, una chuleta de 600 días de maduración que Dacosta ha evolucionado en la misma cámara de ambiente salino en las que cura sus famosos salazones. Al evento asistieron todos los pesos pesados de la gastronomía Española. Críticos gastronómicos, directores de medios, chefs€Tanta concentración evidenciaba dos cosas: la excepcionalidad de ver a Bittor fuera de su casa y la capacidad de influencia de Dacosta, convertido ya en un poder fáctico de la gastronomía española cuya relevancia se aprecia con más intensidad cuando se le mira desde fuera de nuestra Comunidad. Esa chuleta de 600 días se reveló como un producto absolutamente distinto de las chuletas habituales. Pese su edad, no tenía una sola nota sabor herbáceo o lácteos ( tan frecuentes en las chuletas que superan los 4 meses de envejecimiento y que a mí tanto me disgustan). A modo de comparación, se asó también una buena carne de Lyo (uno de los proveedores más afamados del país) con sólo 30 días de cámara. Imposible decir que una fuera mejor que la otra porque, como digo, esa carne que Quique envejece en su túnel salino es un producto distinto que hay que valorar con nuevos parámetros. Probablemente cree escuela como lo hicieron sus salazones de baja curación y en breve veamos cosas parecidas en otros restaurante. Más allá de las chuletas, Dacosta presentó una colección de sus mejores entrantes. Una formidable molleja desangrada en leche, un enorme carabinero aliñado con una muselina picante, o unas manitas fritas con trufa negra. Una gran cena, sí, pero no sólo de comer iba la cosa.