Dice que no le gusta que le aten, «ni en largo ni en corto» y que tiene muy claro que no va a ser «nunca» una mujer «que esté en casa». Begoña Rodrigo anda estos días mareada en la puesta en marcha de su próximo local El huerto que, además de dar de comer, pretende enseñar al comensal «a qué saben las verduras». Hasta el 29 de abril, cuando abrirá, reparte su tiempo entre La Salita y Nómada.

P ¿Hay un antes y un después de Top Chef (lo ganó en 2013)?

R En mi vida profesional, sí. Ahora, después de ganar la estrella (Michelin), me dicen: '¿y ahora qué?' y yo les digo que no tienen ni idea de lo que es el impacto social que crea un programa de televisión en prime time con 5 millones de espectadores cuando las redes sociales no eran lo que son ahora. Fue un bombazo brutal. Me di cuenta de que hay gente que vive la televisión como si fuera su vida y es algo difícil de entender porque de repente te conviertes en una persona pública y lo saben todo de ti. Me presenté a un talent show, que acabó siendo un reality show y yo era parte de ese reality. Pasé de ser una chica que cocinaba en un restaurante en València a alguien que conocían y juzgaba todo el mundo. Todo lo que viví me hizo aprender a pasos agigantados. La tele es una plataforma brutal. Tenía 37 años cuando fui a la tele y no es lo mismo ir con 37 que con 20 porque con esa edad te destroza porque es complicado manejar tantos intereses. Yo tenía claro que es lo que quería y para qué quería ganar el programa.

P Mira atrás y piensa cuando ibas al Politécnico a estudiar diseño industrial. Si te dicen entonces dónde ibas a estar ahora ¿te lo crees?

R Soy tozuda, trabajadora y constante en lo que hago. Y sí creo que lo que se siembra se recoge. Cuando empecé, hablamos de hace 24 años, ser cocinera era algo cutre. Tardé seis años en decirle a mi madre que era cocinera porque pensaba que me recriminaría que me había pagado una carrera. Ahora la percepción es distintas. Ahora le dices a tu madre que quieres ser cocinera y es guay, pero antes no. Esta profesión me ha dado mucho más de lo que jamás pensé que me iba a dar. No sé cómo definir el camino porque me gusta tanto lo que hago y lo disfruto tanto... Mi trabajo me ha enseñado mucho. Me ha dado tablas, tranquilidad, he aprendido a cocinar, a hacer equipos, a trabajar con gente y esto me parece importantísimo. He sido individualista y pensaba que podía hacer las cosas por mí y que, mientras tuviera dos manos, no me iba a faltar de nada. Eso me hacía ser un poco egocéntrica y soberbia porque pensaba que podía hacerlo todo pero en la cocina he aprendido que sola ni hago ni valgo nada. Sin mi equipo no puedo llegar a ningún lado y eso ha cambiado mi actitud. La Salita y Nómada han empezado a funcionar muy bien en el momento que he creído y delegado en mi equipo, ellos están a las duras y a las maduras conmigo. Antes gritaba y traspasaba mi estrés al equipo, ahora en mi cocina no se oye un grito y soy yo la que está siempre calmando las aguas.

P ¿Los reconocimientos y los premios sirven?

R Siempre he mostrado indiferencia hacia las estrellas pero el día que nos la dieron pensé que algo bueno había hecho en todos estos años porque fue un momento mágico. Ver que toda una sala se pone en pie, te aplaude, significa que el premio no está cuestionado y eso es lo más mágico que te puede pasar. Todo no es cocinar bien.

P Y, una vez conseguida, la estrella hay que cuidarla y mimarla para que, como un niño, crezca.

R Es que yo tengo tan poco tiempo para mi hijo que... Un premio es un reconocimiento a un trabajo bien hecho y evidentemente es una apuesta de alguien por ti y tienes que estar a la altura. Ahora, las guias Michelin y Repsol están haciendo un esfuerzo brutal para tener credibilidad. Los premios hay que revalidarlos y, o estás al pie del cañón o seguramente, el siguiente año no estés. Las listas son listas, pero sí que hay un público que se mueve por esto. Somos inconformistas. Cuando no estás te fastidias por no estar y buscas una justificación y, cuando consigues entrar, somos muy pocos los que nos paramos a preguntarnos porqué hemos entrado finalmente. En esta profesión, un poco de autocrítica y reflexión estaría bastante bien.

P ¿Cómo, cuándo y por qué te enamoras de la cocina?

R Mi madre era buena anfitriona pero su concepto era, lo bueno es caro y lo caro es bueno. Cuando me independicé presentaba bien las mesas, pero lo único que hacía eran anchoas porque me flipan y limpiarlas me relaja. Al acabar la carrera fui de vacaciones a Holanda y tanto me gustó que, en noviembre, ya estaba viviendo allí. Vengo de una familia tradicional de Xirivella, yo soy muy independiente e introvertida y en Holanda compré mi libertad. Creo que todos debemos tener la capacidad de decidir qué queremos hacer, con quién, cuándo y cómo aunque a veces tengamos que modelarnos. Vivimos en una sociedad llena de prejuicios y tenemos miedo a que la gente piense o no piense. No tener prejuicios ayuda a avanzar antes.

P ¿Eras buena o mala comedora?

R Pésima. De pequeña en casa, me llamaban la petit suisse porque comía fatal.

P En 2004 abres tu primer restaurante.

R Viví ocho años en Holanda y allí me picó el gusanillo de la alta gastronomía. Fue un flechazo porque, al hacerlo, me sentía fenomenal. Me molaba el sentimiento de hacer feliz a la gente y, como una dopamina, me enganchaba. Cuando volví a València pensando irme a Australia, mi pareja quiso que nos quedáramos, primero trabajé en La Sucursal y luego me vine aquí (La Salita).

P ¿Tanto te ha cambiado la cocina?

R Sobre todo mi carácter. Yo no decidí ser cocinera pero la vida lo decidió por mí. Me apasiona. La realidad es mucho mejor que lo que se ve.

P ¿Cuál es tu producto fetiche?

R Como proteína animal, la anguila, porque da mucho juego. En verdura, los cítricos y también las raíces y tubérculos. Si la gente supiese a qué sabe una carlota... Me gustaría intentar que la gente descubriera a qué saben las verduras.

P ¿Y a qué saben los platos de Begoña Rodrigo?

R Los clientes dicen que tenemos una cocina muy honesta y eso me gusta. Los platos hablan de quién los hace y no ponga algo en el plato que a mí no me guste.

P ¿Cocinar es un arte?

R Sí y está cambiando mucho. La televisión nos ha dado visibilidad y ayudado a educar pero también enseña una parte superficial que distrae.

P ¿Cuánta gente trabaja contigo?

R En cocina somos siete y en sala otros siete. En total somos 17 personas para 32 comensales. Una barbaridad y hacerlo rentable es complicado.

P ¿Qué come Begoña Rodrigo en su dia libre?

R No lo quieras saber. Ayer hice dulces con mi hijo y abrí una lata de atún, ensalada y pelé dos huevos duros. Como de todo, pero el dia que tengo libre no me caliento.

P En tu nevera qué no falta.

R Leche, café, jamón para el desayuno, frutas y poco más. Estamos poco en casa.

P ¿La cocina valenciana está en un buen momento?

R Sí, me alucina mucho que en València los cocineros apuesten mucho por estar y seguir aquí. Hay propuestas muy interesantes en las que se come bien. Creo que no se valora lo suficiente lo que hay. Me da rabia que Andalucía nos haya pasado por la izquierda y se haya posicionado de manera espectacular en tan poco tiempo; han pasado del pescaíto frito a ser uno de los referentes de la alta gastronomía.

P ¿Cómo es el papel de la mujer en la alta cocina?

R Igual que la del hombre porque vamos de la mano. Jamás he tenido un problema con un compañero y sí su cariño. A las compañeras, si puedo, les echo una cuerda.

P Eres una mujer con carácter y personalidad, pero ¿cómo es Begoña?

R Ahora mismo, una tía feliz. Estoy en una etapa muy tranquila y con las ideas bastante claras. Quiero tranquilizarme. He conseguido tener un equipo increíble que es lo mejor que he hecho en estos 14 años. Las cosas me van saliendo bien y eso me hace estar feliz, muy feliz.