A toque de corneta, por fin, bajamos al viejo cauce del río a dar un paseíto confinero. Tengo que decir que después de la ausencia y con tanta lluvia me esperaba más verdor y las calvas de césped recuperadas. Esperaba copas de pinos frondosas, setos prietos y pandillas de mirlos cerrándome el paso, pero se deben de haber escondido ante el tropel humano por sorpresa. Quizás se han avisado unos a otros, como las crías de las ballenas jorobadas que ante el peligro de los cazadores, tienen el cuidado de pedir leche a sus madres susurrando.

Pero al día siguiente a una hora menos concurrida observo a un gato tumbado en mitad del camino. Me acerco y ni se inmuta. ¿Estará herido? Porque no se mueve un ápice. No, está tomando el sol. Pura vaguería y confianza. Otro se asoma a ver que se cuece y le sigue otro. Así hasta seis. En un momento soy parte de su mundo. Me han confundido con una alimentadora. En todos los años que bajo al cauce no me ha pasado nunca. Mes y medio sin ver andar a seres de dos patas, les ha hecho bajar la guardia. Cuidado mininos, el hombre es multipolar. De vuelta a casa, se añade un revoltijo de cantos de aves y polluelos pura magia para los oídos. Dice mi amigo el escritor y biólogo José María Montoliu, hombre irritado con el ser humano, que confía menos en él que en una escopeta de feria, que si desaparecemos como especie, nadie nos iba a echar de menos. Sin duda, pero sería una lástima para los hombres y mujeres que sí aprecian la belleza y respetan cada manifestación de vida de este fascinante y generoso planeta.

Mis queridos animales. 97.7 Todos los sábados, a las 10 horas