En estos días desconcertantes, que implican una limitación de nuestra libertad (pese a que podamos ir recuperándola progresivamente), todo gesto adquiere una mayor dimensión, teniendo un impacto más fuerte en las personas que nos rodean. Además, muchos estamos experimentando un cansancio profundo por tener que lidiar con una multiplicidad de frentes, que van mucho más allá de lo profesional. Aquellos que tenemos niños, dándoles apoyo en sus tareas on line, lo que requiere de nuestra presencia de forma inversamente proporcional a la edad de los pequeños. Además, pertrecharnos de los aprovisionamientos para tratar de mantener una dieta sana a la vez que apetecible. Quizás las tareas domésticas quedan a la cola, pero también están allí. Y no sólo hablamos de tareas, sino también de gestión de emociones, las nuestras, y las de aquellos que nos rodean o con los que mantenemos un cierto contacto.

Por eso, gestos que impliquen un cuidado o atención hacia los demás, que en muchos casos no suponen un gran esfuerzo, vale la pena tenerlos. Son gestos pequeños, que producen mucho bienestar. Y, dicho sea de paso, son gestos que podemos seguir practicando sin necesidad de estar confinados.

Estos días he sido destinataria de algunos de esos gestos, que he valorado profundamente, porque los necesitaba. Permitidme que os ilustre con algunos de los vividos en primera persona.

Después de las sensaciones iniciales y de la necesidad de adaptación a un nuevo escenario vital, ahora empezamos a sentir la inquietud por aspectos económicos. Tal vez nos preguntamos por la viabilidad de nuestros proyectos, ante el desafío de reactivar un sistema productivo dañado y del que, lógicamente, dependemos todos. En ese contexto, tuve un breve intercambio de mensajes con una amiga y clienta, sobre la afectación que esta situación me estaba produciendo, mi comentario fue «económicamente estoy preocupadilla», y la reacción de mi amiga fue inmediata: «te llamo esta noche». Sobra decir que no resolvimos el reto que nos traemos entre manos, pero reconforta sentir que te están escuchando y, sobre todo, sentir que a esa persona le importa lo que te pasa. Me emociona recordarlo.

Como también me emociona esa otra amiga que, al comentarle yo que «he estado muy triste», y pese a estar tan desbordada, o más que yo, con todos los frentes, busca un hueco tres días después para tener una conversación larga y de calidad, ambas «a calzón quitado». Y el broche de oro lo pone cuando al despedirse me dice «te quiero», y no dándolo por sentado, me hace aún más feliz. Soy tan afortunada que no es la única persona que me lo ha dicho estos días, y no sé si saben esas personas cuánto necesitaba escucharlo.

Incluso, una pareja de amigos a la que contacto, pidiéndoles si me pueden tender un puente para presentar un proyecto en sus respectivas empresas, y no tardan ni dos minutos en decirme que «por supuesto», y al día siguiente ya estoy en conversaciones con uno de ellos€

No menos importante es el gesto del cliente que me comparte todos los elogios de su equipo por la formación impartida hace pocos días, pues son experiencias con una ejecución en remoto, muy distinta a la habitual, y que gratifica superar con éxito.

Y a estas vivencias se suman otros muchos gestos, como las sonrisas enmascaradas e intercambiadas por la calle, el saludo de buenos días con nuestra vecina, la amable paciencia de la cajera del súper o las miradas emocionadas de los vecinos que aplauden junto a nosotros.

Pero el premio gordo se lo lleva mi hija de siete años, cuando me escucha hablar de temas económicos, y se va a su cuarto de juegos y, de su dinero, ahorrado como una hormiguita quién sabe durante cuánto tiempo, me ofrece seis euros para que no me preocupe.

Como decía, me siento privilegiada porque estos son sólo algunos de los ejemplos vividos, y tengo muchos más que me conmueven y acarician el alma sensible que yo también tengo. A menudo, soy yo la que transmito un amor genuino hacia las personas que me rodean, incluidos mis clientes, y lo sigo haciendo estos días, pero no por ello deja de ser importante para mi también recibirlo, porque también lo necesito.

Entiendo que, al igual que yo, muchas otras personas pueden estar necesitando de esos pequeños gestos. Por mi parte, espero estar dando una respuesta tan contundente y reconfortante como cada vez que me han dicho «te quiero» estos días, os aseguro que cuesta muy poco, para lo mucho que vale. Y si tiene una finalidad compartir esta reflexión tan personal, es la de ser una muestra de gratitud y un homenaje a esas personas que no escatiman en esos valiosísimos gestos.