engo un grupo de whatsap cuyo propósito es el de compartir ideas, información, y propuestas interesantes. En estos días, ese grupo ha sido una fuente de inspiración ya que realmente hemos respetado el propósito para el que fue creado. Al hilo de lo que va sucediendo en ese chat, hace unos días una de las personas pidió ayuda para que participáramos en una sencilla encuesta online y, con el ánimo de colaborar, me conecté y me encontré únicamente dos preguntas a las que respondí del siguiente modo:

¿Qué he perdido en esta pandemia? Sólo caben tres respuestas.

- Libertad de movimientos temporal.

- Algún proyecto profesional.

- Ayuda en casa.

¿Qué he ganado? Sólo caben tres respuestas.

- Tiempo de calidad en familia.

- Nuevas ideas profesionales plasmadas en metodologías digitales innovadoras que han ampliado mi campo profesional.

- Habilidades para cocinar.

Al leer mis respuestas, que, dada la limitación que planteaba la encuesta, comprendían sólo aquellas opciones que consideré más importantes, me llevé una triple reflexión impactante. Mi colaboración desinteresada me trajo un regalo que quiero compartir ahora.

En primer lugar, aquello que había perdido destilaba un carácter «temporal» que me produjo cierto alivio, no me parecieron pérdidas definitivas e irresolubles. Al contrario, se trataba de pérdidas cuya recuperación, de alguna manera, quedaba a mi alcance. Por el contrario, lo ganado, me transmitía una sensación de permanencia muy agradable. En el caso del tiempo de familia, porque se sumará a la base de vivencias que habrán enriquecido nuestro universo familiar, y ese recuerdo y experiencia en familia no desaparecerá por mucho que transcurra el tiempo. Y, en el caso de las metodologías innovadoras o el descubrimiento de que tengo ciertas habilidades para cocinar, está claro que me las puedo «llevar puestas», vaya donde vaya y suceda lo que suceda.

En segundo lugar, observando ambos bloques de respuestas, lo perdido es, sin duda, muy valioso en mi vida (si no, no lo habría destacado). Sin embargo, conforme a mi escala de valores fundamentales, lo ganado es aún más valioso, ya que me proporciona coherencia con el valor de la familia, la creatividad y la libertad, manifestada esta última en la posibilidad de expandir aún más mi pasión profesional. Por tanto, me quedó una sensación de «balance positivo» que alimentó una disposición emocional hacia la alegría, que estos días de convulsión emocional también necesito.

Y en tercer lugar, y no por ello menos importante, observé que existía una correlación entre lo que había «perdido», al menos temporalmente, y lo que había ganado. De alguna manera, la pérdida había propiciado que se produjera la ganancia. No sólo la había impulsado, sino que sin que se hubiera producido la pérdida, hubiera sido ciertamente más difícil lograr la ganancia. En definitiva, al «dejar ir» aquello que había perdido, se abrió un espacio de posibilidad para lo que gané, y cuánto me alegro de haber ganado. En mi vida he manifestado a menudo que, cuando algo no sale como deseo, me he encontrado con que aquello dejaba un espacio para que llegara algo mejor, y eso ha alimentado mi confianza. Pues bien, ésta también ha sido una experiencia confirmatoria de mi creencia para nutrir mi confianza, y realizar este sencillo ejercicio me dotó de un grado de consciencia que agradecí sinceramente.

Y tú, ¿te animas a responder a estas dos preguntas (y verificar cómo «dejar ir» te ha abierto posibilidades valiosas)?