Presta atención a cómo manipulas al gato: ¿lo acaricias a favor del pelo o contra pelo? ¿Le das caricias largas o más bien cortas? ¿Sueles darle golpecitos? ¿Lo rascas? ¿Lo pellizcas? ¿Dónde concentras tus caricias? ¿En la cabeza? ¿En la barriga? ¿Intentas cogerle las patas? Ser consciente de lo que haces es el primer paso para modificar la manera de manipular al gato.

Aprende a leer las señales que te envía tu gato y estima su nivel de tolerancia con respecto a las diferentes zonas del cuerpo, al tipo de caricias, a la duración de la manipulación y al momento del día en el que es más receptivo.

A las primeras señales de aviso, deja de acariciarlo pero lo ideal sería parar antes. Si ya sabes que el gato no tolera una sesión de mimos de 2 minutos, deberías parar pasado el minuto, cuando la experiencia sigue siendo positiva. El contacto físico se puede prolongar solo si el gato aumenta de forma progresiva su nivel de tolerancia.

Si no has podido parar la sesión de arrumacos a tiempo y el gato ya te está mordiendo o arañando, recuerda que retirar la mano de golpe, gritar o hacer movimientos bruscos puede excitarlo más y hacer que te agarre y muerda tu mano con más intensidad. Es preferible quedarte quieto y apartarte despacio.

Nunca castigues al gato ni física ni verbalmente por rechazar tus mimos: gritar, golpearle, apartalo bruscamente o tirarlo al suelo, no sólo no te ayudará a conseguir que le guste más recibir tus caricias, si no que le podría enseñar a tener miedo a las interacciones contigo y podría comprometer vuestra relación.

Resiste a la tentación de tocar el gato «a traición». Si está durmiendo o despistado y no puede prever tus caricias inminentes, es preferible no tocarlo. De hecho para un gato poco tolerante a las caricias lo mejor es que él sea el que empiece las interacciones en lugar de ser tú el que se acerca. Y si no se te funciona habrá que potenciar las interacciones positivas que se realizan a distancia, por ejemplo utilizando la voz, el contacto visual y el juego.

No intentes retenerlo y forzarlo al contacto una vez ya se haya superado su nivel de transigencia. Es preferible no bloquear físicamente al gato ni cogerlo en brazos porque la sensación de sentirse atrapado y sin vías de huida puede asustarle, frustrarle y aumentar así su reactividad. En cambio si se puede alejar, elegirá esta estrategia en lugar de volverse agresivo cuando ya no aguante más caricias.

Ten expectativas adecuadas sobre la relación con tu felino. Recuerda que para ellos el contacto físico no necesariamente es tan importante para que la relación sea armoniosa.

Es importante aceptar que hay límites que respetar en la interacción con tu gato. Puede ser más fácil entender este punto si te paras a pensar que también en las relaciones humanas tenemos que respetar algunas normas para llevarnos bien sin resultar maleducados o invasivos. En la sociedad felina, un contacto físico excesivo y forzado va contra la conducta social normal.

Para aumentar la tolerancia del gato a recibir mimos, puedes acariciarlo por debajo de su umbral de tolerancia y ofrecerle comida durante el contacto. La idea es asociar el contacto con algo positivo como la comida, de manera que cuando se interrumpen las caricias, también se retira la comida.

El tiempo de contacto al principio es mínimo y se puede aumentar a medida que el gato muestra mayor tolerancia. Pero no quieras correr, los avances suelen darse poco a poco y si no se actúa con paciencia cuando el gato empieza a responder positivamente al ejercicio, su reacción puede volver a empeorar. Para aprender a realizar este ejercicio de la manera correcta es recomendable consultar con un profesional, pero ten en cuenta que incluso con este ejercicio no vas a conseguir un gato mimoso.