U na empresa, una institución o nuestra sociedad son organizaciones que, para que funcionen de forma efectiva y sostenible, necesitan de un factor fundamental: la confianza. Cuando los líderes no confían en las personas que conforman esa organización acaban imponiendo una gran densidad de normas y asfixiantes sistemas de vigilancia. Se instalan en un paradigma de control, de supervisión absoluta y micro-management. Basta ver lo desorientados que algunos líderes están con la falta de «presentismo» debido al teletrabajo durante estos tiempos de confinamiento.

Por otra parte, cuando las personas que integran una sociedad no confían en sus líderes activan la picaresca, la transgresión y la rebeldía. Basta ver en las últimas semanas los múltiples casos de conducta irresponsable de muchos ciudadanos que no se creen a sus líderes y que consideran que ellos no son quiénes para decirles si tienen o no que salir de casa.

Ambos mecanismos tienden a ponerse en marcha de forma simultánea. Los excesivos sistemas de control confirman las sospechas de que los líderes son tiranos caprichosos que abusan de su poder, ante lo que la picaresca se ve como necesaria necesaria, una válvula de escape que puede ser defendida incluso en términos éticos. La picaresca, por su lado, confirma las sospechas de que las personas son irresponsables y tramposas, ante lo que la vigilancia y el castigo se ve como necesario para que no nos sumamos en el caos y el desastre.

Este círculo vicioso de desconfianza es muy disfuncional para cualquier organización: una desproporcionada burocracia y fiscalización, que ralentiza y paraliza, intenta lograr un conjunto de comportamientos que, en lugar de producirse, desembocan en trampas y rebeldía.

El control y la picaresca, lejos de ser enemigos, son los mejores amigos, pues uno es alimento del otro y viceversa.

En una crisis como la que estamos viviendo a resultas de la pandemia de la Covid-19 es fundamental activar el círculo virtuoso: más cooperación, más confianza en todas direcciones, menos picaresca y menos control.

Esta en la mano de todos, y recordad que decir «vale, pero que empiecen ellos» es la fórmula de la parálisis. Mientras que decir «ok, empiezo yo, confío» es la fórmula del crecimiento.