Alejandro del Toro se percató, hace tiempo, que el negocio prefiere un restaurante tranquilo y seguro al torbellino creativo de la cocina de autor. Se bajó del carro de la vanguardia en los años duros de la crisis. No renunció a su esencia, ni a sus maneras, pero sí a esas ambiciones impuestas por la necesidad de estar siempre arriba. Despojó el restaurante de lo accesorio (manteles incluidos) y giró su oferta hacia una cocina más tranquila.

Ahora anda ilusionado con un paso más en esa misma dirección. Ha comprado una alquería de 1917 en La Punta y pretende inaugurar allí un restaurante. Se llamará Juana, como su abuela. Un local de 400 metros cuadrados con huerto propio donde dedicarse al arroz y recuperar el espíritu del bar Aduana (que regentaba su familia y donde él dio sus primeros pasos). Todo puesto al día, seguro, pero con la intención de reivindicar la tradición. Recordar la cocina de su abuela, a la que estará dedicado el espacio a modo de homenaje. Volver a hacer sus croquetas de bacalao, sus escabeches y mucho pescado a la brasa. De momento, mientras pelea con permisos que nunca terminan de llegar, y planos que cada vez requieren de más detalles, se centra en un restaurante que, recién acabado el confinamiento, no funciona nada mal.

En el actual Alejandro del Toro no hay carta, sólo 4 menús. Van desde los 26,5 euros del menú «Medio sol» a los 89 euros del «Gran Alejandro». Todos los menús entremezclan mercado y creatividad. En el mismo menú te puedes encontrar platos de estricta cocina de mercado, como un cochinillo lechal confitado, con otros más actuales como su jurel marinado con ajo blanco de almendra y chufa, alga nori y sésamo. Pareciera que Alejandro quisiera reivindicarse como cocinero de autor, justificar los distintivos que tiene en la puerta y satisfacer al foodie que necesita de una foto bonita para presumir con los amigos. A mí, la verdad, me sobran esos guiños. Yo me quedé prendado de un magnífico cochinillo (crujiente y jugoso), del suquet de pescado y de unos michirones que sabían a gloria. Prefiero su cocina de mercado que su carpaccio de pez mantequilla ahumado al té chino. Debo de estar haciéndome mayor.

La carta de vinos no es kilométrica, pero está muy bien escogida y tiene unos precios muy buenos. Sólo marca 8 euros por el descorche. Vale la pena preguntar a su sumiller por las sugerencias fuera de carta. Suele guardar botellitas muy interesantes para los clientes más exigentes.