Pocas etiquetas pueden concentrar por sí mismas toda una filosofía de vida como la que Toni Arráez lanzó hace una década. «Mala Vida» fue el vino con el que el enólogo valenciano cerró una etapa de la bodega familiar para abrir un camino que diez años después han copiado otros muchos.

Desde entonces, Arráez trabaja en base a una declaración de intenciones nítida y directa: «No hacemos vinos para estirados. Pasamos de los convencionalismos, de los clichés y el esnobismo porque creemos que el buen vino es algo que debería poder disfrutar todo el mundo, a cualquier hora en cualquier sitio. Somos irreverentes, atrevidos y un punto canallas, porque nos gusta vivir la vida y porque ser diferentes no está reñido con hacer bien las cosas».

Y con esa premisa, la familia ha ido creciendo con otras referencias como «Vividor», «Vivir sin Dormir» o «Bala Perdida», vinos que hablan de un estilo de vida, pero también de la importancia del origen y el terruño y de la apuesta por variedades de uva autóctonas, creando además una línea de vinos más personales, «Los Arráez», en los que cada parcela, cada cepa y cada racimo de uva se miman al detalle.