Casa Manolo empezó siendo un chiringuito de playa y acabó convirtiéndose en un restaurante con estrella michelín. Lo consiguió gracias al tesón, la vocación y la entrega de un Manuel Alonso Fominaya que aspiraba a llegar a lo más alto. Manuel se preocupó de escoltar el gran restaurante de autor con ofertas menos ambiciosas y más rentables (el Daily para comer de manera informal, la Tasca Matilde, El Molí para los eventos...), pero dejó olvidado el concepto de cocina de mercado que heredó de sus padres. El Casa Manolo de gambas y pescados se fue convirtiendo poco a poco en un restaurante creativo hasta dejar huérfano a ese cliente habitual que hoy quiere un arroz y mañana un buen pescado. Pensando en él, Manolo reenfoca el negocio. Mantiene el Daily y Tasca Matilde sin alterar, pero cambia de nombre y ubicación el restaurante gastronómico. Ahora se llama Manuel Alonso y se encuentra en un comedor anexo que antes era un reservado de Casa Manolo. El nuevo espacio, más íntimo y coqueto, funciona bien con ese restaurante de menú largo y estrecho que sólo abrirá sábados y domingos (mediodía y noche).El antiguo comedor, desprovisto de lujos y manteles, se convierte ahora en el nuevo Casa Manolo. Un restaurante de mercado en toda regla. Dice Manuel que todo se le ocurrió durante el confinamiento, cuando mataba el tiempo subiendo a las redes recetas que cocinaban junto a su padre. Así se percató de que los clientes echaban de menos un buen guiso de sepia con galeras, un arroz con bogavante o un rodaballo salvaje. Platos que no cabían en el concepto del restaurante de autor ni en el precio del Daily.

La ejecución de estos nuevos platos resultan, como era de esperar, sobresalientes. Manolo ha construido a lo largo de estos años una brigada de altura para la que estas recetas no suponen ningún reto. Por otro lado, aquí el producto siempre ha sido incuestionable. Nunca he pillado a Manuel en un renuncio con la materia prima. Ni en el gastronómico, ni en el Daily ni tampoco en ese chiringuito que este año se ha quedado por montar. Por eso no me extrañó encontrarme unos chipirones fresquísimos ni una de las mejores gambas que recuerdo. Sí que me sorprendieron los platos de carne. Tenemos encasillado a Manuel en los pescados y mariscos, pero sabe enfrentarse a un guiso difícil como las castañuelas (que cuece 3 horas a 99 grados para luego saltearlas en sartén), la garreta de ternera (que sirve en un delicado canelón) o el cordero confitado (que acompaña con chirivía y pimpinela). Solo un detalle en el pescado me dejó descolocado. Se trataba de un salmonete que sirve acompañado de sus escamas fritas (en una clara inspiración Berasateguiniana). El juego tiene gracia, pero tanta escama acabó por estorbar frente a un pescado que no necesitaba adornos.

Si alguien tiene la tentación de considerar estos cambios como una renuncia se equivoca. Es un giro acertado que nos beneficia a todos. El gourmet inquieto tiene ahora un comedor más recogido donde disfrutar de un menú atrevido y extenso. El cliente local, encuentra un restaurante confortable al que puede acudir con asiduidad sin aburrirse. Manuel Alonso sigue cubriendo sus inquietudes creativas con ese restaurante de fin de semana pero abre el abanico a un público que con la crisis que se avecina va a necesitar más que nunca. El único perjudicado de todos estos cambios soy yo, que tendré que abandonar ese retiro monacal en el que me recluyo los fines de semana si quiero seguir la pista a la cocina creativa de Manuel Alonso Fominaya. Maldita sea, igual no es tan buena idea.