Ahí está el porche, ahí la escalera y ahí el garaje lleno de botes de pintura y trastos viejos. Ahí está el suelo de terrazo, el aparador y la estantería con sus libros ilustrados. También está el árbol al que le cuesta tirar y el vecino que echa una mano y aconseja cuándo hay que regar. «Paco me ha sacado más viejo de lo que soy», dice el vecino. Y ahí, al frente, el paisaje que, si no fuera por una fábrica plantada en medio de los naranjos, apenas ha cambiado en cuatro décadas. La casa que inspiró 'La casa', el cómic que acaba de ganar en Estados Unidos el premio Eisner 2020 en la categoría de «mejor edición de material internacional» existe y Paco Roca (València, 1969) pasa allí el verano con su familia. Mientras las niñas juegan en la piscina que Paco levantó junto a sus hermanos y su padre, el dibujante y escritor ultima Regreso al Edén, su nueva novela gráfica, que presentará en noviembre.

Quizá algún día las hijas de Paco le pillen a esta casa tanta manía como se la cogió él. Pero quizá también se den cuenta de que esta construcción medio amateur y correosa es algo más que un chalecito donde pasar los fines de semana, que es también una humilde pero importante victoria social que va pasando de generación en generación.

P En la novela no lo cuentas, pero al final te quedaste «la casa».

R Al final se la compré a mis hermanos. Gracias al cómic le acabé cogiendo cariño a un lugar al que le tenía bastante odio.

P ¿Te ayudó el cómic a comprender mejor a tu padre?

R Sin duda. Hacer un cómic me sirve para reflexionar y poner en orden sentimientos y demás. Escribí La casa cuando mi padre acababa de morir y yo acababa de ser padre de mi primera hija. Era un momento con los sentimientos muy revueltos. Me sirvió para hacer luto y para entender lo que esta casa suponía para mi padre y lo que este tipo de casas de fin de semana en medio del monte significaba para un tipo de gente de clase media y clase obrera que progresó desde el hambre de la posguerra. Tener una segunda vivienda suponía para ellos haber alcanzado un triunfo. Mi padre trabajaba para el marido de la dueña de turrones El Almendro, que vivía en una gran casa con su pérgola y demás, y él soñaba con tener algo parecido, aunque fuese cutre y se cayese a trozos.

P De la importancia de esos pequeños triunfos -tener una casa agradable, estar con la familia-, nos hemos dado cuenta muchos durante la pandemia.

R Cada uno la cuarentena se la habrá tomado de una manera. Cuando tienes la oportunidad de parar como ahora y de mirarte al espejo, habrá quien no se soporte la mirada y otros considerarán que lo que hacen está bien. En general nos hemos dado cuenta de las pequeñas cosas y de la importancia del día a día. Tengo dos niñas pequeñas y, dentro del drama, haber tenido unos meses para estar con ellas sin viajes y demás de por medio me lo he tomado como un regalo.

P ¿Cómo hace para que una historia tan de aquí tenga una repercusión tan universal?

R Nos hemos acostumbrado a que no nos sea ajena una historia que transcurre en Minnesota, pero después piensas que si haces tú una historia así desde tu pequeño rincón del mundo no va a llegar a ningún lado. Por suerte cada vez más podemos empatizar con una cultura que nos es ajena. De todas formas, más allá del exotismo del argumento y de que la historia hable de una casita muy típica en una zona del Mediterráneo, creo que en La casa están esos grandes temas que más pronto o más tarde pasamos todos: la pérdida de una persona y la gestión del recuerdo.

P En «La casa» hablas de tu padre, y en el nuevo cómic que estás preparando la protagonista es tu madre.

R Sí, aunque no directamente. Habla de la única fotografía que ella tiene con su madre, que murió cuando ella era joven. Estamos hablando de una familia muy humilde en lo peor de la posguerra, y solo tenía esa foto que he visto mil veces porque mi madre la guardaba debajo del cristal de la mesita de noche. Para mi madre esa foto era un objeto venerado y yo quería hacer una historia alrededor de ella y cumplir un poco el sueño que tenemos muchas veces de meternos en una imagen vieja y saber qué pasaba antes de que el fotógrafo disparara y qué iba a pasar después. Eso me servirá también para hablar de lo que significa reconstruir el pasado para hacer más llevadero el presente. Lo hacemos las personas y lo hacen los países y las naciones, moldear la historia para justificar el presente.

P El pasado es un elemento muy común en tus obras. ¿Qué buscas en él?

R Es una búsqueda casi egoísta, uso los cómics para intentar saber mejor quién soy como persona y como componente de una sociedad. En La casa miraba al pasado para saber parte de mi herencia cultural, y en Los surcos del azar para saber cómo soy como ciudadano de un país que pasó una guerra civil y 40 años de dictadura. En El invierno del dibujante el pasado me ayudaba a saber que soy el eslabón de una cadena en la que están todos los dibujantes que leía de pequeño.

P ¿Con el éxito y los premios te sientes ya un eslabón importante de esa cadena?

R Cuando te ocurre a ti eso de que te premien y tal tienes la sensación de que o has engañado a todo el mundo o te has colado en una fiesta en la que te has llevado algo que no es tuyo. Conforme vas conociendo el éxito te das cuenta de que en él hay un gran componente de suerte y de casualidades, te puede tocar a ti igual que a otro. Está genial, pero procuro no pensar demasiado en ello. Además, la autocomplacencia no se lleva bien con el crear. Cuando creas con el sentimiento de que eres mejor que otros, arriesgas menos porque tienes miedo de perder lo que tienes.

P ¿Quién te ayuda a no creértelo?

R En eso la familia es importante, son los que menos te respetan y los que antes te colocan en tu sitio. Y también es importante tener un reto. Hacer un cómic es un trabajo muy largo y solitario, y necesitas una gran fuerza de voluntad para estar trabajando día a día sin un jefe que te marque un camino. En mi caso el reto es que cada proyecto suponga un avance en algún aspecto: hacer el cómic más documentando que he hecho, el más autobiográfico que he hecho...

P Eso tiene un punto quijotesco, como suelen tenerlo tus personajes.

R Puede ser. Creo que era Philip Roth quien decía que había conseguido escribir tanto porque tenía una necesidad de felicidad escasa, con lo cual podía sacrificar su vida a cambio de escribir. Escribir es un trabajo que requiere que sacrifiques la felicidad, en el que siempre estás frustrado por las inseguridades. Pero yo también intento ser feliz, estar tranquilo con la familia, quedar con los amigos... Siempre está ese dilema entre el sacrificio y no perder tu vida.