Los constantes cambios en los hábitos de consumo a nivel mundial y el envejecimiento del consumidor tradicional es algo asimilado en el sector del vino. Las bodegas españolas llevan décadas buscando fuera lo que no encuentran en casa dadas las bajas cuotas de consumo per cápita en nuestro país, lo que les obliga a adaptar constantemente sus elaboraciones en función de los gustos y tendencias que marcan otros países con mayor media de consumo de vino por habitante y año.

La actual crisis marcará un antes y un después para muchas cosas, también en el mundo del vino, que antes de la llegada del coronavirus ya había empezado a poner en el mercado elaboraciones ajustadas a las nuevas demandas de consumidores que comienzan a interesarse por este producto, tal y como viene sucediendo con los vinos de baja graduación alcohólica, una tendencia cada vez más asimilada por las bodegas valencianas (la DOP Valencia, incluso, ha creado una figura de calidad específica para regular este tipo de vino) para ganar cuota de comercialización y abrir el consumo a nuevos nichos de mercado.

Los primeros cambios que empiezan a atisbarse afectan directamente al viñedo y a la manera en la que el ser humano la cultiva. Los consumidores más jóvenes comienzan a decantarse por vinos avalados con el certificado de cultivo ecológico, como una forma de contribuir a preservar el medio ambiente. Los nuevos consumidores quieren sentirse partícipes de una actitud menos agresiva con el campo, y en igualdad de condiciones (en lo que respecta a las cualidades organolépticas) termina decantándose por aquellas referencias que garantizan que las uvas con las que se elabora se han cultivado sin empleo de productos químicos que incidan negativamente en la tierra.

En este sentido, los vinos valencianos gozan de una posición privilegiada, ya que lo sistemas de cultivo, la altitud media de éstos y las condiciones climáticas de la zona, son factores favorables para el cultivo de la vid bajo pautas ecológicas. La ciencia y la tecnología han permitido dar un paso más en este sentido, y cada vez son más las bodegas que adaptan sus elaboraciones a las exigencias del consumidor vegano (aquel que decide eliminar de su dieta todos los productos que contengan derivados de animales). En principio, no parecería que al elaborar vino el resultado final incluyese trazas de derivados animales, pero tradicionalmente se han empleado proteínas animales en el proceso de clarificación, que ahora, gracias a los trabajos de investigación de empresas auxiliares, han pasado a ser también vegetales, como la proteína de guisantes, cada vez más usada en ese proceso de clarificación del vino.

Los consumidores sensibilizados con la contaminación ambiental y el cuidado del medio ambiente también comienzan a buscar nuevos vinos en su entorno más cercano. Los productos de proximidad son tendencia, no sólo por el apoyo al comercio local, sino también por la menor incidencia contaminante que supone recortar en la medida de lo posible las distancias de transporte.

Pero el sector del vino se adapta no solo en lo referente a la forma de cultivar y elaborar sus vinos, y también se muestra sensible a los nuevos hábitos de consumidores más jóvenes, que comienzan a introducirse en el mundo del vino. En este sentido, destacan los nuevos envases y formatos para su comercialización. En España, el tapón de corcho todavía sigue siendo, de manera generalizada, sinónimo de calidad, pero fuera de nuestras fronteras son cada vez más los vinos (sobre todo los jóvenes) que se presentan con tapón de rosca, un cierre mucho más práctico y estanco que el tradicional corcho. Los «bag in box» (una caja de cartón recubierta de plástico de formato óptimo para conservar en el frigorífico) ganan cada vez más cuota de mercado (sobre todo en países escandinavos), y otros formatos más innovadores como las latas de aluminio (Bodegas Vicente Gandia ya ha lanzado con este formato sus espumosos Sandara) comienzan a abrirse hueco en el continente americano.