Nos llega esta palabra al menos 100 veces al día: las noticias, internet, en casa y al salir de ella. Me atrevería a decir que los de mi edad, la escuchamos más que el resto porque tenemos que ir al colegio junto a centenares de personas, conocidas y desconocidas, tomando las medidas drásticas al respecto: no debes acercarte a nadie, debes desinfectar cada mesa, cada silla, cada boli ajeno… En el comedor del colegio debes comer tú solo en una mesa, manteniendo siempre las distancias con tus compañeros, no debemos concentrar grupos, ni juntarnos demasiado en los espacios comunes pequeños. Un sinfín de preceptos e incomodidades que asumimos estoicamente por responsabilidad y un estilo de vida nuevo, que debemos empezar a desarrollar como propio, por el bien común. Dicen los expertos en salud que no somos nosotros los más afectados, la mayoría, aún contagiados, somos asintomáticos. Eso significa que podemos pasar la enfermedad sin síntomas y superarla sin las graves afecciones que han padecido muchos de los contagiados. He ahí nuestra dicha y también nuestra desgracia.

A la vista de los datos publicados, los jóvenes llevamos ya unos meses estigmatizados como los causantes más activos de la propagación del virus, por encima de cualquier otro colectivo. El hecho de poder ser portadores sin ningún síntoma de la infección combinado con nuestra hiperactividad adolescente nos convierte en chicos y chicas de ‘conducta irresponsable’, forzando a las administraciones a tomar medidas y restricciones como el cierre de muchos establecimientos o incluso confinamientos perimetrales con el fin de contener nuevos brotes. ¡Y todos los dedos nos señalan a nosotros! Es cierto que no deberíamos atender a fiestas, discotecas, lugares cerrados con muchas personas… pero desde mi punto de vista, estar con unos pocos amigos, tomar algo y charlar un rato es también una necesidad humana para no caer en desesperación, depresión o en un individualismo exacerbado. ¡Pero es que siempre hay que culpar a alguien! No se puede asumir simplemente que cada edad tiene sus comportamientos y que de todas y cada una de las personas depende controlar la pandemia hasta que los científicos consigan detenerla con la vacuna que contrarreste al virus.

Me parece imprescindible dar un toque de atención a aquellos que no lo están haciendo bien. Pero necesitamos al mismo tiempo la comprensión de todos. Limitar drásticamente quedar con tus amigos, prohibir salir un viernes por la noche... no va a ayudar en nada. Al contrario, va a generar el efecto perverso que ya hemos vivido antes y que cuando se levante el mandato se reúna aún más gente, que se acerquen más y que el virus se extienda a sus anchas. Debemos ser cuidadosos. Pero eso ya lo sabemos, y al que se le olvide, que se lo recuerden. Intentamos usar al mínimo el transporte público, quedar al aire libre y no invadir el espacio de nadie, estamos preparados para la formación ‘on line’ y dispuestos también a perder nuestra parte de ‘vida normal’, como todos. Y si aparenta que nos lo tomamos más a la ligera que el resto, quizás tenga algo que ver la naturaleza de nuestra edad: inconscientes o temerarios a veces pero también enérgicos, alegres y capaces.

Completo mi escrito sin haber llamado por su nombre ni una sola vez a esta enfermedad infecciosa que ha matado a muchos, lastimado a otros tantos y cambiado a todos. Y lo hago muy consciente, como disidencia a su aparición en las sociedades de todo el planeta y con la esperanza puesta en su pronta cura y control.