Es el restaurante idóneo para celebrar las comidas familiares en plena pandemia. De hecho, no es realmente un restaurante, sino un lugar de encuentro donde te cocina uno de los profesionales más locos y geniales de la Comunitat Valenciana. El espacio en cuestión está en Las Bodegas de Vanacloig, una aldea de Chulilla a media hora de la capital. El loco, Ernesto Yuste de Miguel, que a sus 50 años anda de vuelta de todo dispuesto a refugiarse en el campo. El Lentiscar fue su restaurante entre 1999 y el año 2010. Pero, en parte por falta de rentabilidad, en parte. por su carácter inquieto, acabó cerrando. Antes, y después de aquel proyecto, Ernesto ha trascurrido por decenas de restaurantes en una vida nómada en la que ha tocado todos los palos. Desde la cocina de autor, hasta la restauración colectiva. Hasta antes de ayer se ganaba la vida como responsable de I+D en el grupo Saona. Ahora, con padre recién jubilado, vuelca su vida sobre el terruño labrando 40 hectáreas de viña y 10 de almendros

Desde que abandonó El Lentiscar, Ernesto compatibilizó su oficio como mercenario de los fogones, con su vocación de bodeguero yacabó por convertir lo que fue restaurante en una microbodega. De lunes a viernes cocinaba, de sábado a domingo vendimiaba, podaba, estrujaba y embotellaba. Todo hecho con sus dos manitas. Sin ayudantes ni contratados. Produce sólo 2000 botellas al año. Un sin sentido. Sus vinos son muy interesantes y encontrarían fácilmente acomodo en los restaurantes valencianos. Pero Ernesto no cree en la economía de escala. Se niega a contratar a nadie y sus brazos sólo dan para esas dos mil botellas. Son vinos que intentan seguir las reglas de los vinos naturales y biodinámicos pero huyen de las excentricidades. Si hay que ponerle sulfitos, se les pone. Embotella y trasiega en luna menguante pero no entierra cuernos ni canta canciones al viñedo (prácticas habituales entre los fanáticos de la agricultura biodinámica). El resultado de ese trabajo son vinos expresivos, interesantes y… ¡amables¡ se dejan beber a lo largo de toda una comida. Hoy recorre el camino de vuelta, y la microbodega se convierte de nuevo en restaurante.

Comer hoy en El Lentiscar se parece más a la experiencia de un chef privado que a la de un restaurante propiamente dicho. Llegas a esta bonita casa de campo cuando quieres y te vas cuando te da la gana. El paseo por los viñedos antes y/o después de la comida parece obligado, como la tertulia frente a la chimenea o el discurso de Ernesto en torno a la vida rural. Así pues es fácil (e incluso recomendable) llegar pronto y marchar tarde. Nadie te tira, ni te inoportuna. Más bien tienes la sensación de estar en casa de un amigo que te aprecia sinceramente. El menú se pacta por teléfono. Puedes atreverte con una cocina creativa. Ernesto está sobradamente preparado para ello. Pero aquí, entre viñas y olivares, apetece más la cuchara que la espuma. Recomiendo su olla de carne, plato nacional de la comarca. Se prepara con alubias (que aquí se sustituyen por faves asturianas) morcillas de pan y de cebolla, güeña, cuello de cordero, pies de cerdo y cardos de ribazo. Es sabrosa, pero no pesada. Intensa, pero seductora. Obligaría a cualquiera a comenzar con su sopa de cebolla (generosamente ilustrada con un pollo desmigado) y aconsejaría sus manitas de cerdo con curry rojo (un plato muy fresco pese a lo que se pudiera imaginar). Eso sí, invito a declinar las alcachofas en escabeche. Están ricas, pero el escabeche esconde demasiado el sabor de sus alcachofas. Para beber, obviamente, esos vinos que Ernesto arranca de entre lo mejor de sus cepas.

La propiedad regenta también un alojamiento rural en Chulilla. Es bonito, económico y con encanto. Combinarlo con la comida completa una jornada que perdurará en el recuerdo.

Bodegas de Vanacloig, S/N. Chulilla

628883973

Lo mejor: Esa sensación de que estás en tu casa, con tu familia y quien te cocina es un amigo.

Lo mejorable: Tengo la sensación de que el precio no es justo. Pagas por un espacio único que disfrutas ilimitadamente menos de lo que pagarías en un restaurante de la ciudad por una comida medianamente correcta. Ernesto debería valorar más su trabajo.

Lo imprescindible: La sobremesa frente a la chimenea.