Màxim es ahora Máximo, el nombre que figura en su DNI. A los 50 ha vuelto a vivir en su casa de Buñol y a dormir en el cuarto que lo vio crecer y en el que guarda todos los recuerdos de su infancia. Le relaja pasear diariamente a doña Leo, su perra, entre olivos y algarrobos y confiesa que éste es su momento favorito del día. Tolerante, prudente y cariñoso, con un té entre manos, reflexiona sobre su vida poco antes de ponerse ante las cámaras cuatro horas y media para el magazín «Bona vesprada» de À punt que diariamente presenta.

¿Sientes que esta nueva etapa es una vuelta a los orígenes?

Tengo la sensación de que me estoy reseteando después de todo lo que me ha pasado, lo que he vivido, disfrutado o sufrido. He vuelto justo al cumplir 50 años. Las circunstancias me han hecho volver a mi casa, de la que nunca me he separado, pero he vuelto a recuperar aquel día a día de siempre. Vivo en el mismo pueblo, en la misma casa y duermo en la misma habitación de siempre con la única diferencia de que ahora no me cuida mi madre sino que la cuido yo a ella. Los 50 marcan.

En tu última novela, «Con el amor bastaba», hablas de un niño que recupera su libertad. ¿Sientes que la has recuperado?

Me siento libre, cómodo y muy tranquilo. Bueno, la libertad nunca es plena.

¿Qué te aporta el volver a vivir en casa?

Me sorprendo viendo los cajones de mi habitación. Los he vuelto a redescubrir. Los cajones siguen llenos de cuentos, de libros de poemas, de inicios de pequeñas historias, de mis primeras novelas... He redescubierto a aquel chaval de pueblo que soñaba con el triunfo en Madrid, porque para los que somos de pueblo Madrid era como Itaca. Al repasar he disfrutado y me he dado cuenta de que he hecho muchas cosas. Es como si comenzara una segunda temporada. Volver es un punto de inflexión. Más allá de los errores, los aciertos, los disfrutes, las fiestas, las locuras, los programas, los informativos, las noches o los días de Madrid, ese lugar que quería conquistar, al final me he dado cuenta que mi mejor conquista ha sido regresar al pueblo y estar orgulloso de todo aquello.

En redes trasmites ser una persona muy familiar y muy ligado a tus orígenes. ¿Me equivoco?

Soy muy familiar porque me gusta mucho estar en casa. Muero por estar con mis amigos y acabarnos tres botellas de vino, pero estar en casa me relaja y me siento cómodo. La palabra hogar me parece la mejor. Me gusta quedarme en el sofá con mi perra, leyendo. El orgullo de pueblo es algo que me reconforta. De pequeño, el pueblo se te queda pequeño pero luego te das cuenta de que es el lugar en el que necesitas estar. Pasear por las calles, ir a los comercios de siempre o ver a mis amigos me hace sentir muy bien. Estoy muy orgulloso de Utiel, el pueblo en el que nací, y de Buñol, que es donde he vivido siempre.

¿Tan importante es para ti doña Leo (su perra)?

Nos conocemos bastante bien. Ella sabe cuando estoy triste, alegre o cuando necesito que esté a mi lado. No hablo con ella pero sabe perfectamente cómo me encuentro y eso me relaja mucho.

Presentar «Bona vesprada», un magazín diario de cuatro horas y media exige mucho. ¿Necesitabas este reto?

Es mucho tute en pantalla, sí. Me he acostumbrado a la naturalidad y a mostrarme como soy. La televisión no es más que una radiografía y el telespectador percibe la realidad. Yo lo llevo como una extensión más de la vida. No me gusta fingir en plató. No me gusta lo artificial.

¿Pero te ha costado desencorsetarte para ser así?

No, no tengo ni miedos ni perjuicios. No soy como otros periodistas que tienen miedo a hacer el ridículo, ¡qué va! En la vida vamos de carnaval, vamos de entierro, vamos al hospital y luego nos vamos de cañas. No tengo esos perjuicios en la tele y lo disfruto. Se puede contar las cifras del covid, un robo en Riba-roja y se puede estar tocando el acordeón. Creo que eso aporta autenticidad.

¿Cuánta gente te ha dicho que está conociendo al verdadero Máximo gracias a este magazín?

Es verdad. Este programa es muy transparente y en él se me ve la mirada, mis despistes, se ve si titubeo, si me emociono, cuando algo me gusta o cuando llego al tope.

¿Vives pendiente de las audiencias?

No, me gustaría que fuera altísima igual que le gustaría al frutero o al zapatero vender mucho al final del día.

¿Condiciona tu estado de ánimo?

No, en absoluto. Los minutos antes de entrar en plató tengo nervios, ilusión, expectación, emoción y responsabilidad pero cuando empieza todo ,cambia. No me condicionan las cifras a la hora de trabajar, las he tenido muy buenas, regulares, malas...

¿Eres de los que le da muchas vueltas a las cosas o tienes facilidad para pasar página?

Paso página en el paseo de las mañanas pero sí,soy una centrifugadora muchas veces. Desde hace un tiempo he rebajado la tensión y centrifugo con menos presión; ahora intento que solo me preocupe lo importante.

Los 50 son un buen momento para mirar atrás. ¿Soñabas o imaginabas todo lo que a posteriori te iba a pasar?

Releyendo mis diarios me doy cuenta de que jamás hubiera imaginado todo lo que me ha pasado en la vida. Nunca soñé que iba a cubrir un cónclave, ni un 11-M, ni que viajaría tanto, ni que iba a ser ministro, ni que presentaría un magazín gigante. En mis sueños de niño no cabían tantas cosas.

¿Te arrepientes de haber aceptado ser ministro?

No, jamás. Forma parte de mi historia y recuerdo la ilusión y responsabilidad de aquel momento. No me arrepiento en absoluto, se arrepentirán otros.

Pero imagino que los días posteriores serían una pesadilla.

La pesadilla ya no es pesadilla, lo fue. Fue dolor, ingratitud, falta de autoestima... todo eso ha ido desapareciendo y ahora soy capaz de mirar la cartera que está en el estante de arriba en el armario que, es por cierto, no la he vuelto a abrir. Ahora soy capaz de mirar las fotos y hacerlo con cierta ternura. Y, también, pensar que no merecía la pena que todo me hiciera tanto daño sobre todo porque ya estaba todo pagado y que... ‘no me vengan con penas que no me tocan’. Ya no hay dolor.

De ministro a gamba en Mask Singer. ¿Qué te llevó a aceptar?

Fue muy divertido. Creo que era una oferta que me permitía decir que soy capaz de reírme de todo, que la vida no dura tanto y que hay que gastarla.

¿El cambio de Màxim a Máximo es una reafirmación?

Que va, es mucho más sencillo. Es por un tema de papeles. Yo soy Máximo y así aparece en mi DNI. A veces, por lo de Màxim, que me lo pusieron en Canal 9, tenía problemas por ejemplo en los billetes de avión. No es que yo ponga ahora Máximo, no, es que me pusieron Màxim y se quedó. Máximo es mi nombre y me gusta.

Cuando paseas por la mañana entre olivos, ¿cómo te sientes?

Para mi, la felicidad es tranquilidad y me siento tranquilo en ese momento en el que soy un tipo de pueblo despeinado paseando. Ese rato de paz es como si la vida fuera eterna.

¿Eres de los que tiene necesidad de ser feliz o con vivir es suficiente?

Es que la felicidad no se puede buscar. Es más fácil ser pesimista porque no requiere esfuerzo. Ser feliz cuesta más porque hay que buscarlo. Como dijo Luis Landero, la felicidad se trabaja. Deberían enseñarnos a cómo ser felices y hay que insistir en ello. Me niego a ser pesimista y eso que he vivido esos momentos y he estado hundido... pero hay que salir de ahí. Yo la felicidad la encuentro en abrir una botella de vino, en una llamada telefónica o en cualquier instante... la felicidad hay que trabajársela.

Quizás, porque no eres pesimista, en tu último libro aparece una frase clarificadora: ‘El día que perdí, gané’.

A todo intento darle la vuelta y darle otra mirada. Esa frase tiene mucho doble sentido. Esa novela la escribí después de un momento complicado. Creo que el día que dejas de correr y de ponerte metas, ese día ganas.

¿Para cuando la próxima novela?

Estoy escribiendo dos a la vez, una es más literaria y, la otra, es algo supermágico, una historia muy parisina que tiene que ver mucho con València

¿Sigues pintando?

Pintar es mi relax, en ese momento no pienso. Pintar es la mejor manera de hacer yoga; escribir es más doloroso.