Humana, inteligente, sensible y luchadora. Así se revela María Zambrano en el espectáculo «María Zambrano, la palabra danzante»; una pieza de danza que utiliza grabaciones de audio de la propia autora, mapping y coreografías para recrear la vida y reflexiones de una de las mentes más brillantes del pensamiento español del siglo XX. Un nombre que para muchos es familiar, pero que pocos verdaderamente conocen, pues su condición femenina y republicana la exilió no solo del país, también del currículo académico y del reconocimiento social, hasta que en 1981 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, y en 1998 fue la primera mujer en recibir el Cervantes.

Discípula de Ortega y Gasset, heredera de Unamuno y miembro de la Generación del 27, una joven Zambrano consiguió junto a Rosa Chacel, Maruja Mallo y Mª Teresa León hacerse oír en unos círculos literarios masculinos. Y, conforme maduraba, tuvo un claro activismo político, pasando en 1937 una temporada en València como Consejera de Propaganda y Consejera de Infancia Evacuada para el gobierno de la República. Incapaz de someterse a la dictadura franquista, del 39 al 84 vivió entre México, Cuba, Puerto Rico, Francia, Italia y Suiza, principalmente, desarrollando una brillante carrera como profesora universitaria de filosofía y publicando una obra atrevida, que reivindicaba el papel de la poesía y la metáfora, que invitaba a cuestionar el orden social establecido.

Danzar las palabras de María Zambrano

«Su pensamiento era serpenteante», explica Cristina D. Silveira, la creadora y directora del espectáculo que la próxima semana llega a la sala Russafa. «Cuando oyes grabaciones con su voz y escuchas cómo decía las cosas, cómo se expresaba, ves que no era lineal. La suya es una palabra poética, algo con que ayudaba mucho a la hora de crear las coreografías», comenta. «No tenía vida para leer todo lo que quería leer de María, que fue una autora muy prolífica. Y en cada libro encontraba claves sobre cómo debía ser el espectáculo, conduciéndome a la danza para contar la vida, pero también el pensamiento de esta mujer que para muchos sigue siendo una desconocida», señala la directora de escena.

Un trabajo que muchas veces pensó en abandonar porque, conforme iba conociendo mejor a la filósofa, el reto se hacía cada vez más grande: «Para mí ella era tanto, que me parecía un atrevimiento intentar hacer una montaje que no hablara de una de sus obras, sino de ella, de todas sus facetas, como persona y como intelectual. Pero cuando el público nos comenta cuánto les ha acercado a María Zambrano este espectáculo, nos sentimos muy felices de haber seguido adelante», asegura Silveira, para quien todavía queda mucha labor divulgativa pendiente. «No ha llegado a despegar realmente el reconocimiento a estas mujeres a las que no se nombraba. El movimiento feminista y algunas universidades están haciendo mucho por recuperar a las ‘Sin Sombrero’. Pero luego te encuentras que donde más programan este espectáculo es en teatros con dirección artística femenina, o que vienen a verlo muchas más profesoras que profesores de filosofía con sus alumnos», se lamenta Silveira.

Sobre el escenario, Lara Martorán y Elena Rocha dan vida a Zambrano y a su hermana Araceli, personaje fundamental en la vida de la filósofa. La escenografía juega con los dinteles de las puertas como puntos de acceso para ir pasando de unas cosas a otras, de la infancia a la juventud, de la guerra al exilio, de la ausencia al regreso. El devenir vital de Zambrano transcurre en escena, apoyado por su propia voz y sus palabras gracias a extractos de grabaciones y de sus libros.

La puesta en escena tiene un carácter muy marcado, con audiovisuales que beben de la estética del momento; jugando con contrastes de color, como estaban repletas de oposiciones de conceptos las reflexiones de la autora. Y una iluminación que recrea el claroscuro barroco nos habla de las luces y sombras de una vida donde alternaron pena y alegría.

Reconocida por escritores y artistas de medio mundo como Picasso, Malraux, Carpentier, Sartre y Beauvier u Octavio Paz, que definía el estilo de Zambrano como ‘palabra danzante’, la filósofa encontraba en su hermana Araceli la compañera perfecta para una existencia algo nómada.